Nacido en Toulon, lleva trabajando en el Festival de Cannes desde hace cuatro décadas. En 2003 se convirtió en adjunto al delegado general, Thierry Fremaux. Desde este puesto se encarga del proceso de selección de películas en colaboración con distintos agentes del sector cinematográfico. Voz autorizada a la hora de valorar la singularidad de los distintos festivales internacionales (de los que es visitante asiduo) este año comparece en Donostia como parte del jurado que entregará el Premio Kutxabank-New Directors.
¿Cómo está llevando su labor como jurado?
Pues muy bien, la verdad. Siempre es un placer confrontarse con primeras y segundas películas, resulta muy estimulante. Si encima dicha labor la haces en un marco incomparable como el que ofrece esta ciudad y en compañía de colegas maravillosos, el placer es doble.
En New Directors vieron la luz las óperas primas de autores como Assayas, Cantet, Hamaguchi… ¿Le hace especial ilusión estar ante la oportunidad de descubrir a futuros grandes nombres del cine?
Sí, sin duda. Es una de las cosas más estimulantes de este trabajo. Y no me refiero solamente a mi labor aquí como jurado sino a mi desempeño como programador. Los que nos dedicamos a esto siempre estamos ávidos por detectar nuevos talentos y por apuntarnos el tanto de haber sido los primeros en descubrirlos.
Cuando uno se confronta con una primera o segunda obra, ¿tiende a ser más condescendiente o más exigente que cuando está ante un cineasta consolidado?
La verdad es que deberían juzgarse de la misma manera. Dicho esto, es inevitable que cuando te confrontas con una ópera prima tiendas a valorar más la capacidad de sorpresa que puede llegar a producirte por encima de otros aspectos.
¿Hay algún rasgo que defina a los nuevos directores de hoy?
Más allá de la pasión y el amor por el cine que demuestran en sus películas no creo que tengan mucho en común y eso es lo maravilloso, la gran diversidad de propuestas que hay y, sobre todo, cómo queda reflejado en ellas la realidad de distintos lugares y distintos continentes. Lo curioso es que, a pesar de esa variedad, hay temas que se repiten y a mi me resulta muy interesante cómo películas tan distintas dialogan entre sí.
¿No les condiciona a los cineastas más jóvenes, a la hora de crear, la fragmentación de públicos que vivimos actualmente?
No, no creo que eso sea algo determinante. Ellos hacen cine en el deseo de que sus películas puedan verse en las salas. Luego a donde les conduzca el futuro ya es más difícil de determinar, pero de entrada no asumen esa fragmentación como punto de partida.
Existe la idea de que los principales festivales compiten entre sí, pero cada vez abundan más las acciones de colaboración, ¿es así?
Cada festival tiene su propia personalidad y la única competencia que hay entre nosotros es en lo referente a fechas. Pero es importante que nos apoyemos para fortalecernos recíprocamente. Un festival débil es un problema en la medida que refleja un mercado local débil y eso repercute en el mercado global.
¿Cuál diría que es la personalidad del Zinemaldia?
San Sebastián, históricamente, ha sido la lanzadera para el cine español y latinoamericano, pero más allá de eso, para mi la singularidad de este festival queda definida por su público. Me impresiona y me emociona ver a los espectadores donostiarras formando colas desde primera hora de la mañana para hacerse con entradas. Se nota que es un público entendido y entregado.
¿Qué papel deberían jugar los festivales de cine para devolver a la gente a las salas?
El solo hecho de que existan ya juega un papel determinante pues en los festivales la gente acude a las salas, compra entradas. Pero, además, los festivales ponen el foco en determinados títulos, convocan a los medios de comunicación en torno a ellos, consiguen difusión para otro tipo de cine. Todo eso me parece necesario y relevante de cara a conseguir que el espectador frecuente las salas.
Jaime Iglesias