El debut en el largometraje de Raven Jackson (Tennessee, Estados Unidos. 1990) es una de las apuestas más contundentes del Zinemaldia y un reto para su Sección Oficial. La propuesta de la cineasta está empapada de su sensibilidad poética. El título de su poemario, Litte Violences, nos da alguna pista. Lo más pequeño, el mínimo detalle y la furia, el arrebato más telúrico. El mismo nombre del film es un verso que Jackson ya compuso. “Salió de una conversación que tuve con mi abuela”. All Dirt Roads Taste Of Salt, estrenada mundialmente en el Festival de Sundance, cuenta la historia de Mackenzie, una niña que nace en los años 60 en Misisipi. “La película es una ficción”, asegura Jackson. Sin embargo, es inseparable del torbellino de recuerdos e intimidad familiar. La abuela de la ficción lleva el nombre de su abuela real, porque “quise honrar a toda la gente que conozco y amo, toda mi comunidad”. Su homenaje, más allá de guiños autobiográficos, es un océano de gestos y mirada. La historia per se, la que realmente guía la lírica de Jackson, es un baile a través de la misma idea de “tiempo”. El montaje avanza sin avisarnos de los saltos temporales por la vida de Mackenzie: bebé, niña, adolescente, mujer, anciana. “Quise hacer una película fluida y presente”. En la rueda de prensa posterior al estreno del film, ayer, la directora estadounidense resaltó, en muchas de sus respuestas, esa idea: “Todo está presente en los ciclos de la naturaleza”. All Dirt Roads Taste Of Salt se inspira y se escribe con la idea arcaica del “eterno retorno”. Frustraciones, recelos, abandonos, abrazos: todo es heredado y mezclado entre madres, hijas, hermanas. En el set, Jackson trabajó con el mismo precepto en mente. “Sabía lo que quería, pero siempre me mantenía abierta al ‘flow’ de la escena, en un ejercicio de estar presente”. Los actores se contagiaron de la libertad creativa que les proponía Jackson. Hay escenas que deslumbran la sensibilidad de la directora por entregarse a los tiempos de cada emoción. “No se puede escribir cómo de largo será un abrazo”.
Jackson empezó a escribir la película en 2018, cuando estrenó su primer cortometaje, Nettles, en Nest, la sección de estudiantes de cine del Festival. El año siguiente volvió a San Sebastián, seleccionada en Ikusmira Berriak, el programa de desarrollo del Zinemaldia y la Elías Querejeta Zine Eskola. Tomaba fotos, se inspiraba mirando álbumes fotográficos del sur de los Estados Unidos. “Fue un proceso orgánico. Escribía escenas sin saber cómo se unirían pero siempre supe que estaría llena de momentos tristes”. Maria Altamirano, su productora, la ha acompañado desde que se conocieron en la Universidad de Nueva York. Durante cinco años estuvo convenciendo a más colaboradores para levantar una producción muy ambiciosa, rodada en fílmico de 35 milímetros. Altamirano recuerda el rodaje en Misisipi con mucho afecto: “La gente de ahí nos abrió las puertas. Entendimos el sentido del ‘lugar’ gracias a ellos. Aún con covid, creamos una familia, nos arraigamos mucho.”
El diseño sonoro de Miguel Calvo es, a su vez, una inmersión en el lugar. Las abundantes lluvias y truenos del film funcionan casi como banda musical. “Trabajamos para crear una sensación de interioridad en los personajes a través de los sonidos”, contó Jackson. Son justamente los cineastas que celebran la naturaleza, quizá los más existencialistas como Terrence Malick, los que la joven cineasta más admira. “Siento que me han dado ‘permiso’ e inspiración para fijarme en los pequeños detalles, en la inacción”. Los detalles, en All Dirt Roads Taste Of Salt, son a menudo los cuerpos, filmados como si los planos fuesen caricias. Adele Romanski, quien ya produjo la oscarizada Moonlight (Barry Jenkins, 2016), lo percibió así cuando leyó el guion: “Este proyecto nos conmovió mucho desde el primer momento”. Como la cinta de Jenkins, Jackson sacude los tópicos sobre el cine afroamericano. Por lo menos, se ha superado a sí misma: “He expandido el techo de lo que creía posible”.
Marc Barceló