Hace un año, Andrés Di Tella (Buenos Aires, 1958) se despedía con un “¡El cine ha muerto! ¡Viva el cine!” cuando hablamos con él para este diario. Godard había traspasado unos días antes y Di Tella estaba casi seguro de estar presentando una no-película en Zabaltegi. Se trataba de Diarios, vídeos grabados con su móvil acompañados de la lectura en vivo de su propio diario, en la misma sala, deteniendo la proyección, constantemente “performada”.
La nueva película del cineasta y pedagogo argentino se estrenó mundialmente anoche en la sección del Festival que le es más propia. “La sesión de hoy hace honor al nombre ‘zabaltegi’”. El programador Víctor Iriarte presentaba así Mixtape La Pampa, un film que va de lo más universal a lo más íntimo. Acompañado por la productora, Gema Juárez (Gema Films) y coproductora, Paola Castillo (Errante), Di Tella lo dijo así: “Parece una película muy personal, narrada en primera persona del singular, y sin embargo es el fruto del trabajo de muchas personas”. Tantas como las que han pisado La Pampa, una provincia mitificada de Argentina, que Di Tella tuvo el impulso de investigar durante el encierro de la pandemia de 2020. “La Pampa ha sido muy transitada: hay mucha literatura, películas, propaganda política. Todas esas capas son parte de ella”. De entre mil caminos por tomar, Di Tella la recorre siguiendo la pista de un escritor argentino olvidado: Guillermo Enrique Hudson, personaje cautivador, enamorado de su tierra natal, gaucho, explorador, coleccionista de pájaros y memorizador de sus cantos. Seguir con la enumeración no haría más que empequeñecerlo. Cuando abandonó Argentina en 1873, vivió el resto de sus días en Londres, añorando el sol y la noche de La Pampa, soñándola para siempre. “Life is but a dream” canta el mismo Di Tella en la obertura del film. El cineasta porteño siempre acarrea un cuaderno, sus diarios. Los sueños ocupan una parte sustancial en ellos. “Se trata de una película dispuesta como sueño. Es su forma”. El director relaciona constantemente temas, abre caminos con elementos sin relación alguna aparente, para sorprenderse, a cada giro, con los aciertos de su intuición.
Antes de partir hacia La Pampa para rodar la película durante un mes seguido, la hija de un amigo fallecido le trae todas las cartas que él mismo había escrito años atrás. Se las lleva consigo (“¿Qué tienen que ver las cartas con Hudson? Nada”) y las lee durante el viaje. Entonces, como un explorador, a caballo de la admiración por lo “salvaje”, lo irracional y el coleccionismo ilustrado (exactamente como Hudson), con la mirada a fuera, pero desde el interior de su coche (lugar para la música de casete), se va hilando la película y la confusión entre lo propio y lo ajeno: La Pampa mítica, La Pampa actual, las cartas, los diarios y los mixtape. Estos últimos se refieren a recopilaciones de canciones de rock nacional que Javier, el amigo fallecido, le envió cuando Di Tella se instalaba de nuevo en Argentina, tras pasar la juventud en Inglaterra. Sus orígenes (indios e italianos) y los años fuera del país le impulsan a usar la idea de mixtape, también, como identidad. “Yo mismo soy una metáfora de la Argentina: pura mezcla”. La edición, a cargo de Valeria Racioppi (montadora también de Ficción privada y 327 cuadernos), se armó bajo la misma mirada, “con la lógica del sueño y el valor de la metáfora”.
Más allá del collage de ideas y formatos, Mixtape La Pampa deslumbra, también, por el tratamiento libre de la enorme colección de fondos fílmicos del Museo del Cine de Buenos Aires y de otros archivos de La Pampa. Di Tella dialoga con las imágenes de archivo y reinterpreta algunos movimientos de personas anónimas de esos registros, filmando planos parecidos. “Quise transmitir que siempre estamos pisando las huellas de los que pasaron antes”. Sin embargo, el “antes” del gaucho Hudson es previo al cine. Lejos de querer ilustrar su tiempo, cosa imposible, Di Tella deja claro que los archivos no pertenecen a la época: “Los coloreamos con inteligencia artificial, como si fueran esas postales que se pintaban a mano. Da un efecto raro” que buscaban para señalar el anacronismo y que terminó de ajustar el colorista Daniel Dávila.
Otras inteligencias, con intenciones totalmente opuestas, mucho más dogmáticas, también jugaron a reinventar el pasado para convertir La Pampa en un símbolo de la identidad argentina. En el siglo XIX, es el territorio del indio y de la Conquista del ‘Desierto’ por parte del ejército argentino (“como si en ese lugar no hubiera nadie”); y en la dictadura militar de los 70 y 80 del siglo XX, La Pampa y el gaucho son usados como símbolos de la Argentina ‘pura’ contra la infiltración de las ideas foráneas, como el marxismo. ¿Y hoy? “Hoy, es un símbolo de interrogación”.
Como en toda su filmografía, lo que Andrés Di Tella plantea son preguntas. En Mixtape La Pampa, el interrogante se transforma en la figura del fascinante Hudson, que para la mayoría de argentinos, hoy, es solo el nombre de una ciudad. “Hay cierta justicia poética en esto: él, que describió y se identificó tanto con ese lugar (La Pampa) que había perdido, ahora ya no es una persona, sino un lugar”.
Puede que el cine haya muerto con Godard. Así mismo, en la presentación de la película, el pasado viernes en Tabakalera, Andrés Di Tella trató de definirlo, de nuevo. El cine es, quizá, “volver a un lugar en el que nunca estuve”.
Marc Barceló