Hayao Miyazaki (Tokio, 1941) y Isao Takahata (1935-2018) se conocieron en 1963. Fue en una parada del autobús que se dirigía a Nerima (Tokio), en un día lluvioso. Miyazaki tenía 22 años; Takahata, 27. Trabajaban para el estudio Toei y labraron su amistad en la lucha sindical. En el elogio fúnebre de Takahata, Miyazaki afirmó que jamás olvidaría esa primera vez bajo la lluvia. La anécdota evoca la escena icónica de Mi vecino Tororo en la que Mei, Satsuki y el troll esperan al Gatobus bajo el aguacero.
Ghibli nació en 1985, como síntesis de la voluntad de sus fundadores de cambiar la precaria manera de hacer en la animación japonesa y de apostar por producciones largas que elevasen el medio. Antes, Takahata dirigió -sin mucho éxito- Hols, el príncipe del sol (1968), en la que quiso demostrar que el anime podía ser vanguardista. Huyendo de Toei, pasaron por otros sellos antes de tomar las riendas de su trabajo. Para ello fue determinante Nausicaä del valle del viento, de 1983, considerado un proto largometraje de Ghibli. Miyazaki reunió a un equipo, con un peso destacado de Takahata, al principio como director de animación y, finalmente, como productor; ambos colaborarían intercambiándose roles de obra en obra. También se sumó al equipo como productor el que sería el tercer pilar del estudio, Toshio Suzuki (1949), entonces editor de la revista Animage.
La evocación del elogio fúnebre gana aún más sentido si se recuerda que Mi vecino Totoro fue pensada para compartir programa doble con la que es la primera gran obra de Takahata, la descorazonadora La tumba de las luciérnagas (1988), centrada en la pobreza de la sociedad japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, y enfilada con obras como Hiroshima (1983), de Mori Masaki. El díptico no compartía público, pero sí ciertos elementos: la ausencia y la pérdida y el tema determinante del estudio, el paso a la madurez. Pero Takahata, además, destacó por el tratamiento de otras cuestiones: la desaparición del Japón rural, por ejemplo, en la comedia Pompoko (1994), o el cuestionamiento de la familia tradicional en la divertidísima Mis vecinos los Yamada (1999); dos películas con las que su autor abrazó a la animación digital. Otra vez, en la vanguardia.
Pese a todo, Takahata siempre vivió a la sombra de Miyazaki. Puede deberse al tratamiento de sus películas o a su exigua filmografía. Existían diferencias: mientras Miyazaki sincretizaba la cultura japonesa con la literatura centroeuropea, el responsable de Recuerdos del ayer (1991) -un exitoso drama con ecos conscientes a Ozu y Naruse- apostaba por un costumbrismo que mirase al público interno del país. Su última película, con la que estuvo nominado al Óscar, fue, de hecho, un acercamiento a la tradición local, El cuento de la princesa Kaguya (2013), de excelente factura y belleza estética.
En los noventa Ghibli rompió sus fronteras al conseguir un acuerdo de distribución internacional con Disney y, casi de forma involuntaria, inició algo que se asemejaba a un relevo. Sin supervisión de sus superiores, Tomomi Muchizuki elaboró Puedo escuchar el mar (1993), la primera película del estudio para la televisión. Posteriormente, Yoshifumi Kondo se encargó del drama adolescente Susurros del corazón (1995). Considerado por Miyazaki como su heredero, falleció poco después de terminarla por exceso de trabajo, algo que afectó mucho a su mentor, que en las última dos décadas intentó aupar a otra promesa, Hiromasa Yonebayashi, autor de Arriety y el mundo de los diminutos (2010) y El recuerdo de Marnie (2014); finalmente este, junto a otros animadores, ha acabado fundando su propio sello, el estudio Ponoc, con aparente intención de que el espíritu de Ghibli no se apague. De hecho, la pregunta es: ¿Sobrevivirá Ghibli a sus fundadores?
Toshio Suzuki ha tomado bajo su ala al hijo mayor de Miyazaki, Goro, al que encargó la adaptación de Cuentos de Terramar (2006), causando un cisma en el estudio y también en la relación paternofilial. El río pareció volver a su cauce, dado que padre e hijo colaboraron, el primero al guion y el segundo a la dirección, en La colina de las amapolas (2011), pero los posteriores trabajos de Goro, Ronja, la hija del bandolero (2014) y Earwing y la bruja (2020), ambos desarrollados además en animación 3D, están lejos de la excelencia que se presupone a Ghibli. Tras 25 años anunciando cada cierto tiempo su marcha, ahora Hayao Miyazaki dice que no se retira. Quizá espere a que amaine el temporal.
Harri X. Fernández