"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Ion Borş (Chisinau, 1990) tenía una historia para su primer largometraje que iba a ser un drama, pero que acabó siendo comedia; una comedia que te deja en la cara una sonrisa de ternura y en el corazón unos personajes inolvidables. Esta película tiene historia detrás.
Carbon sitúa al espectador en la Moldavia de los 90. Tal y como se detalla al comienzo de la película: “Después de la disolución de la Unión Soviética en 1992, las tensiones entre Moldavia y la ruptura del territorio de Transnistria escalaron hasta convertirse en un conflicto militar. Algunos lo llamaron guerra civil; otros, una ocupación soviética; muchos lo describieron como ‘guerra de borrachos’”.
En el film, que se estrenó ayer en la sección New-Directors, conocemos a Dima y Vasa. Dima, que trabaja como tractorista, quiere alistarse para participar en la guerra local en la frontera de Transnistria. Acude a su viejo amigo Vasea, un veterano de la guerra de Afganistán, para pedirle consejo. Vasea decide acompañarlo al frente, pero, de camino, encuentran un cadáver carbonizado. Una situación que les pone en un dilema. Dima prefiere ignorarlo y seguir su camino. El veterano de guerra, por el contrario, revive viejos tiempos y siente la necesidad de darle sepultura según el ritual cristiano, por todos los compañeros que cayeron en el frente y no pudo enterrar. Cargando el cadáver en el tractor, acuden a ambos bandos militares para tratar de identificar a la víctima. Las autoridades les ignoran y no les ayudan. Así comienza un absurdo viaje en el que todo tipo de sucesos sorprenderán, emocionarán y harán reír al espectador.
Es un privilegio conversar con el director moldavo para apreciar aún más la película. El cineasta está especialmente entusiasmado con estar en el Festival, ya que en 1976 la Concha de Oro del Festival fue a Moldavia con el director Emil Loteanu por Los gitanos se van al cielo. Para el equipo de Carbon, representar a su país en el Festival es como un sueño hecho realidad.
Este largometraje salió de un hecho real: un tractorista encontró un cadáver carbonizado. De ese suceso, la guionista y el director comenzaron a idear la historia alrededor. Se quedaron tan impactados que necesitaban dar voz a esta guerra civil. Tenían un drama entre manos. Pero, entonces, ocurrió algo inesperado: “Cuando nos documentamos para el guion, visitamos los pueblos que más sufrieron la guerra en el 92. Hablamos con los moldavos que lo habían vivido y notamos que compartían sus recuerdos con tono humorístico. Nos dimos cuenta de que la gente que había sufrido la guerra ahora reía. Me pareció que eso era una representación de cómo somos como nación: reírnos de los problemas nos ayuda a curar. Ese iba a ser el espíritu de la película”.
El estreno mundial de la película fue ayer en el Kursaal, donde se escucharon los aplausos y las risas de unas seiscientas personas, y esperan que esto se repita también en Moldavia. “Nos alegra que el público internacional comprenda el conflicto moldavo y haya empatizado con los personajes, estamos deseando que la vean en Moldavia, va a ser muy positivo”. Una película que demuestra que el humor es el lenguaje universal.
Iratxe Martínez