Aunque debutó como director en 2000, Sean Baker no alcanzó repercusión como cineasta hasta hace relativamente pocos años. Fue en 2015 con el estreno de Tangerine en Sundance cuando se convirtió en un habitual del circuito de festivales. Dos años después consolidaría su reputación con The Florida Project, presentada en Cannes y con la que consiguió –entre otros reconocimientos– una nominación al Oscar para Willem Dafoe como mejor actor de reparto. Este año volvió a Cannes (esta vez a la sección oficial) con Red Rocket, que forma parte de la selección de Perlak, una película que tiene más de un punto en común con su anterior largometraje, como ese gusto por retratar los paisajes más insólitos de la América profunda y los personajes que la habitan. “Es cierto que, en muchas ocasiones, me siento inspirado por ciertas localizaciones y son estas las que van dando forma la historia, pero ese no fue el caso de Red Rocket. Aquí partí de un arquetipo muy definido, un chuloputas de segunda clase, narcisista y llorón que no solo es incapaz de asumir el daño que genera en otras personas, sino que además le gusta ir de víctima. El reto fue que alguien así pudiera conectar con el espectador e incluso divertirle y eso me llevó a elegir a Simon Rex para el papel porque pensé que él podía trabajar muy bien esa doble faceta trágica y cómica del personaje”.
El protagonista de la película, que acompaña a Sean Baker estos días en San Sebastián, reconoció que la oferta del director le llegó casi sin tiempo para prepararse el papel, “por lo que opté por desarrollar una interpretación orgánica, basada en mi instinto y en mi imaginación. Mikey (nombre de su personaje) tiene muchas cosas de niño grande y, aunque dista mucho de ser alguien ejemplar, busqué el modo de que el espectador pudiera empatizar con él, no quería que fuera percibido simplemente como un capullo”. A la hora de retratar la personalidad de esta ex estrella del porno (condición que el personaje comparte con el propio Simon Rex) que regresa a su localidad de origen buscando hacer las paces con su mujer cuando constata que no tiene donde caerse muerto, así como del resto de personas con las que va cruzándose en su camino (ejemplos vivos de ese amplio grupo social que en EEUU, despectivamente, se conoce como white trash), Simon Baker tuvo mucho cuidado en conferir una gran dignidad a sus personajes: “Tanto cuando escribo el guion como después, rodando la película, me prohíbo ser condescendiente con mis personajes. Cuando me aproximo a una realidad o a una comunidad que no conozco, siempre me pregunto cómo me gustaría que me retrataran si hicieran una película sobre mi persona”.
La dignidad del loser
En el fondo, los protagonistas de la película, no distan mucho de ese arquetipo del loser con tanto predicamento en el cine y la literatura estadounidenses, un perfil al que el director ha querido volver atendiendo “a esa glorificación del triunfo frente a la adversidad que últimamente se viene haciendo tanto en el cine como en la televisión. Yo creo, por el contrario, que los seres humanos somos imperfectos. Contarnos la historia de alguien intentando dejar de lado su parte oscura o aquello que puede resultar incómodo para el espectador sí que me parece condescendiente”. En este sentido, los personajes de Red Rocket, a pesar de ser criaturas desahuciadas que parecen vivir instaladas en un cierto conformismo, son, en palabras de Baker, “personas bastante conscientes de su situación; lo que pasa es que no viven para cuestionarse a sí mismos, de hecho, nadie lo hacemos. En la realidad preferimos hablar de lo que comemos o de lo que vemos en la tele, conversaciones banales, y a mi me interesa retratar a esos personajes en su cotidianidad”. No obstante, el cineasta admite que su último largometraje puede ser asumido como un film político y que el hecho de haberlo ambientado en 2016, año en el que Donald Trump se hizo con el poder, no fue casual: “Cuando me preguntan sobre la situación política de EEUU, muchas veces no sé ni que decir. Estos cinco últimos años han sido muy turbulentos y es cierto que nos han hecho más cínicos y, en mi caso, como cineasta, puede que eso me haya llevado a desarrollar una mirada más amarga y escéptica sobre la realidad de mi país que la que tenía cuando rodé The Florida Project. Supongo que esa mirada se deja sentir en Red Rocket.”
Jaime Iglesias