"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Kirill Serebrennikov no podrá venir a San Sebastián para presentar en el Festival su última película, Petrov’ Flu (La gripe de los Petrov), uno de los títulos seleccionados en Zabaltegi- Tabakalera. Tampoco pudo estar hace tres meses en el festival de Cannes, donde se presentó por vez primera la película. Y tampoco pudo venir al Zinemaldia en 2018, cuando en Perlak se proyectó su anterior largometraje, Leto, reconstrucción de la vida de un músico de rock muy célebre en la censurada escena rockera soviética de los años ochenta, Viktor Tsoï. Este film significó, para muchos, el acceso a la obra de este cineasta y director de teatro de estilo impetuoso y telúrico que ya tenía previamente ocho largometrajes. Serebrennikov no puede salir de Rusia porque en agosto de 2017 fue detenido por presunta desviación de subvenciones de dinero público a principios de la pasada década. En junio de 2020 fue condenado a tres años de reclusión, con libertad condicional, lo que no le ha impedido seguir rodando. Para buena parte de sus partidarios, el cineasta está purgando su obra tan desafiante en materia sexual y política. Leto ya lo era, con ese retrato a la contra de un músico influenciado por la escena musical anglosajona y que se opuso a las directrices del poder a través del rock. Petrov’s Flu aún lo parece más.
Es una película agotadora, desmedida, y su director lo sabe. Es difícil calibrar el estilo de Serebrennikov, tan exultante a ratos, apasionado, un torbellino en la puesta en escena, el montaje y el empleo del color, un viaje temporal en el que la ficción clásica se hace añicos y aparecen tantas soluciones cinematográficas como teatrales. En este caso toma como protagonista a un dibujante de cómics y lo sigue durante varios días en una Rusia ya no soviética. Le sigue a él y a su familia, a una esposa bibliotecaria que disfruta matando hombres. Claro que el país, en el film, sufre una epidemia de gripe, y los delirios causados por la enfermedad en los personajes son los delirios de la propia e inagotable película. El tono febril que altera la percepción de la realidad podría recordar a las deformaciones etílicas que experimenta el veterano escritor de Providence, de Alain Resnais. Las fugas en cuanto al relato clásico son constantes, como lo eran en Leto; allí tomaron la forma de particulares videoclips urbanos elaborados a partir de canciones de Iggy Pop y Talking Heads. Las imágenes, tan personales, pueden sustentarse en otros creadores, de Terry Gilliam a Jean- Luc Godard. Cine-amalgama, cine del exceso, apasionado; no puede dejar indiferente. Pero en ese exceso reside precisamente la cualidad del estilo de este director. Quizá su “otro” confinamiento produce esta distorsión de la realidad que son sus películas, cuerpos extraños en el cine ruso contemporáneo. Y esa distorsión es la tapadera perfecta para hablar de la actual Rusia. La música vuelve a tener una gran importancia, así como el juego entre color y blanco y negro, que, con un empleo diferente, ya resultó fundamental en Leto. Petrov’s Flu no es un film perfecto, ni aspira a ello, al menos si entendemos la perfección desde la perspectiva del arte clásico, de la armonía en la composición, algo que a Serebrennikov, me parece, le importa más bien poco. Disparatado y abusivo; no puede ser armónico en sus altibajos, que los tiene. Es una película de la que se entra y se sale cada dos por tres, porque es un acto de provocación nato.
Quim Casas