La carrera de Laurent Cantet está íntimamente ligada al Zinemaldia desde que, en 1999, ganase con su ópera prima, Recursos humanos, el premio New Directors. Han pasado más de dos décadas y, en todo este tiempo, Cantet ha ido consolidando su prestigio: ganó la Palma de Oro en Cannes con En la clase y ha regresado periódicamente a San Sebastián para participar en Perlak (El empleo del tiempo, Hacia el sur, Regreso a Ítaca), para competir por la Concha de Oro con Foxfire e, incluso, para presidir el jurado del encuentro de las escuelas de cine (el germen lo que ahora es Nest). No obstante, hay una cosa que se ha mantenido inalterable en estas dos décadas: el compromiso del cineasta, siempre preocupado por servirse del cine para reflexionar sobre cuestiones apegadas a la realidad social y política.
Arthur Rambo, la película con la que este año vuelve a competir por la Concha de Oro, no es una excepción. En ella, Cantet cuenta la precipitada caída a los infiernos de un joven novelista de origen magrebí, cuando se hacen públicos unos tweets xenófobos, racistas y homófobos escritos antes de alcanzar el éxito como escritor: “Hice esta película porque me interesaba cuestionar el papel que juegan las redes sociales en nuestra vida. Creo que se trata de un fenómeno al que no le prestamos la suficiente atención. Pero me inquieta el modo en que potencian una comunicación superficial donde todos los mensajes están al mismo nivel, da igual que seas el presidente de EEUU o un don nadie, es una comunicación abierta a todos, lo que genera una falsa sensación de igualdad”. Pese a que dicho planteamiento le sirve a Cantet para pergeñar un film abiertamente político, donde subyacen muchas cuestiones que siempre han estado en el centro de sus preocupaciones como cineasta (inmigración, desarraigo, clasismo y exclusión juvenil). Pese a todo ello, se muestra reacio a que le definan como un director comprometido: “Reconozco que me interesan los temas sociales o políticos, pero solo si están encarnados en alguien concreto. No me interesa el cine que se limita a ser una constatación de la realidad, sino aquellas películas que transmiten emociones”.
Lo que sí admitió Laurent Cantet ante los medios de comunicación es que la historia de este joven escritor, que de la noche a la mañana pasa de ser un autor celebrado a un apestado social, “refleja la enorme brecha social que existe en Francia, en general, y en París, en particular. Se trata de un fenómeno que está representado en la diferencia que existe entre el centro y la periferia. El centro de París es el hogar de los intelectuales, de la élite cultural, es un universo al que resulta difícil acceder viniendo de otro mundo. Karim lo consigue, pero cuando se descubren esos tweets que firmaba bajo el pseudónimo de Arthur Rambo, le indican el camino de vuelta a la periferia, como diciéndole ‘tu mundo no es este’ ”.
El coguionista Samuel Doux incidió en esta idea al afirmar que “esta película no habla tanto de la libertad de expresión como de la lucha de clases. En el fondo, todo este tipo de controversias lo que nos lleva
a preguntarnos es ‘¿quién tiene derecho a hablar?’ o ‘¿se penalizarían del mismo modo esos comentarios ofensivos si estos viniesen de un hombre blanco, pudiente de clase alta?’ De todos modos, no nos interesaba ofrecer respuestas al espectador sino generarle preguntas, porque partimos de que todos los personajes tienen sus razones para decir lo que dicen y comportarse como se comportan”.
Por su parte, el protagonista del film, Rabah Nait Oufella (descubierto para el cine por el propio Cantet al elegirle cuando apenas era un adolescente para ser uno de los protagonistas de La clase) dijo que, aunque se sentía bastante cercano a su personaje, “yo pertenezco a una generación que, aunque creció con las redes sociales, no nació con las mismas. En ese sentido mantenemos una cierta distancia hacia ellas y yo creo que somos más conscientes sobre su peligrosidad que los chavales que ahora tienen quince años, para los que las redes sociales son prácticamente el único modo que tienen para comunicarse”.
Jaime Iglesias