"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Aaron Sorkin no tendría tres años y era amiguito de otro crío, hijo de un actor de Broadway. Una tarde de domingo, cuando los padres no saben qué hacer con sus retoños, se los llevaron al teatro y los aparcaron entre bambalinas. Se representaba El violinista en el tejado. Aaron, que luego escribiría El ala oeste de la Casa Blanca, The Newsroom, Steve Jobs o Malicia, entendió más bien poco de aquella fábula sobre un hombrecillo que hablaba con Dios por los tejados. Pero le fascinó el sonido de las palabras, una detrás de otra.
Un poco más mayor, Aaron Sorkin, director del film Molly´s Game y de Los siete hombres de Chicago, volvió a la calle 42. Y contempló, obsesionado, El hombre de la Mancha.
Pero ni se le ocurrió ponerse a escribir. Escribir era eso que hacía, obligado, en la universidad. A la que iba, por cierto, para lograr un título ‘de verdad’ antes de emprender la vida que quería, la de actor. Porque sí, Sorkin quería ser eso, actor. Y como todos los que sueñan con trabajos de tan baja estofa, sobrevivía malamente en un micro apartamento con su exnovia que, a la sazón, ya salía con su mejor amigo.
Un domingo, solo en aquella caja de zapatos, sin dinero, con la televisión estropeada, al igual que el equipo de música, sin nada que hacer y sin Internet (no estaba inventado aún…), Aaron le pidió prestada a su compañero de cubículo (otra criatura en apuros, un tribulete sin beneficio) la máquina de escribir semiautomática que él no estaba usando (porque nadie le había pedido un artículo ese fin de semana).
Se la dejó. Y por primera vez desde que salió de la universidad de Siracusa, Aaron se puso a escribir. Durante horas. Diálogos. No tan perfectos como los de Studio 60 on the Sunset Strip, pero sí bastante buenos.
Así empezó la carrera del guionista que piensa que nunca debes contarle al público algo que ya sepa, que en todo guion tiene que haber unos personajes que deseen hacer algo y que para lograrlo se vayan encontrando obstáculos (creados por el guionista) que tendrán que vencer (con la ayuda del guionista) o no (cuando el guionista se cabrea con ellos). La carrera de alguien que dice que los secretos de todo buen guion están ya desvelados en la “Poética” de Aristóteles (siglo IV a.C)
La carrera del hombre que se rompió la nariz contra un espejo porque acostumbra a ‘interpretar’ las escenas que escribe y midió mal el impulso de una que preparaba para Jeff Daniels.
Ese Aaron Sorkin que en 2019 puso en pie en Londres su versión teatral de “Matar a un ruiseñor” inauguró ayer, on line, los encuentros sobre Pensamiento y debate.
Begoña del Teso