Nacido en París, en 1979, es el dramaturgo francés más influyente de los últimos tiempos. Ahora da el salto a la dirección cinematográfica con The Father, una adaptación de su obra de teatro más exitosa para la que ha contado con los oscarizados Anthony Hopkins y Olivia Colman. La película puede verse desde hoy en Perlak tras su paso por Sundance.
The Father es una obra que ha triunfado en escenarios de medio mundo. ¿Por qué decidió adaptarla al cine?
Fue una obra que estrené hace ocho años y que me interpela directamente ya que la escribí cuando mi abuela, con la que me crie, empezó a experimentar demencia. Según la fuimos estrenando en distintos países vimos que las reacciones de los espectadores eran muy similares en todos lados y eso me llevó a la convicción de que se trata de un texto sobre el que valía la pena acercarse, y el cine justamente te permite eso, mostrar las emociones en primer plano ya que es el arte del acercamiento.
No es habitual que sea el propio autor de la obra el que dirija su adaptación al cine. ¿Recelaba del acercamiento que otros directores pudieran hacer al texto?
No, para nada, porque ese es un sentimiento negativo y yo creo que hacer una película te obliga a trabajar en clave positiva. Para hacer cine tienes que dejarte llevar por las ganas, por el deseo. A mí me gusta mucho el trabajo con los actores y quería profundizar en ese aspecto de mi profesión, pero desde un enfoque distinto. Pensé que hacer una película me daba la oportunidad de hacerlo.
¿Fue muy difícil dejar atrás al dramaturgo para ponerse el traje de cineasta?
Lo que tuve claro desde el principio es que quería hacer una película, no rodar una obra de teatro. De la obra original conservé la idea de hacer que el espectador viera la realidad desde el punto de vista del protagonista, que participase de su desorientación. En este sentido, más que una película, The Father es una experiencia y en ese sentido el cine te permite ser muy inmersivo. El hecho diferencial con respecto al montaje teatral fue el tratamiento de los decorados. Quise rodar en estudio porque eso precisamente me permitía hacer cambios muy sutiles que reforzaran esa idea de desorientación en el espectador, la idea de estar en un sitio familiar y desconocido a la vez, que es justo lo que experimenta el protagonista.
¿Por qué decidió rodar la adaptación en inglés y no en francés que es el idioma en el que escribió la obra?
¿Te digo la verdad? Fue porque siempre quise hacer este texto con Anthony Hopkins. De hecho, recurrí a Christopher Hampton, que es quien ha solido traducir mis obras al inglés, para que me ayudase a coescribir el guion y mandárselo a su agente. En principio la idea parecía una locura. Yo soy un simple dramaturgo francés y él todo un Sir pero, soñar es gratis. Y el caso es que un día nos llamaron desde Los Angeles diciendo que Anthony Hopkins había leído el guion y quería desayunar con nosotros.
Pero ¿no le dio vértigo estrenarse como director en otro idioma?
No porque hacerse entender no es cuestión de vocabulario sino de energía y, en el fondo, me apetecía abordar la adaptación de este texto, sobre el que ya había trabajado tanto, sintiéndome en territorio extranjero.
¿Qué matices ha aportado Anthony Hopkins al personaje frente a la pléyade de primeras figuras que han interpretado este mismo papel en los escenarios?
Anthony Hopkins es un actor que siempre ha brillado desde el autocontrol y en ese sentido me apetecía mucho verle en un personaje que se desmorona, que pierde los papeles. Era ir a un territorio emocional que me apetecía explorar junto a él.
¿Y en el caso de Olivia Colman?
A mí me parece la mejor actriz inglesa de su generación y, sobre todo, es alguien que genera una corriente de empatía inmediata y eso resultaba muy útil de cara a mostrar el conflicto que vive alguien que debe gestionar su propia vida aun sabiendo que su padre está sufriendo.
Jaime Iglesias