"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Nacido en Buenos Aires en 1980, dirigió su primera película, Caja negra, en 2002. Desde entonces ha desarrollado una sólida trayectoria como realizador que se vió refrendada con el éxito alcanzado por su serie de televisión “Historia de un clan” sobre la familia Puccio. Ahora vuelve a rescatar a un personaje destacado de la crónica negra argentina en El Ángel. Pero lejos de hacer una reconstrucción sobre el itinerario criminal de Carlos Robledo Puch, Ortega ha tomado como referencia a este asesino en serie para evocar su propia adolescencia en un film que, coproducido por los hermanos Almodóvar, causó sensación en el último festival de Cannes, donde participó en Un Certain Regard. Ahora se proyecta en Perlak.
¿Qué tiene este tipo de perfiles criminales para interesarle tanto? ¿Acaso es una excusa para hablar de la historia de su país a través de ellos?
Para nada. La historia me aburre bastante y el biopic es un género que detesto. No sé, la verdad es que fue un poco casual lo de enlazar “Historia de un clan” y El Ángel. Ocurre que cuando presentas ante los productores un proyecto inspirado en una historia real es más fácil de vender, basta con que lleves un artículo del diario para que les quede claro lo que quieres contar. Por otra parte, “Historia de un clan” fue un encargo, luego es verdad que me dieron mucha libertad a la hora de realizarlo, aunque terminaron por desnaturalizarlo cambiandole la música. Pero El Ángel sí que surge de una necesidad de contar mi adolescencia.
¿Quiere decir que la historia de El Ángel es su propia historia?
Obviamente yo no maté a nadie pero sí que pasé de formar parte de una familia normal a quedar integrado en otra con sus propios códigos y fue algo que se dio, como le pasa al protagonista de mi película, por mi amistad con un chico cuya madre nos llevaba a colarnos en otras casas donde entrábamos sin intención de provocar daño. Lo hacíamos guiados por un sentido de la libertad bastante exagerado. Consideré que había pasado tiempo suficiente para hablar de todo aquél período de mi vida.
¿Fue por eso por lo que decidió no seguir, de un modo fidedigno, las andanzas de Carlos Robledo Puch?
Bueno, una de mis películas favoritas es Malas tierras, la ópera prima de Terrence Malick. También me gusta mucho Bonnie & Clyde. Ambas se basan en historias reales pero seguramente los hechos que las inspiraron nada tuvieron que ver con lo que se cuenta en ellas. Yo creo que lo que atrae al público de las historias de criminales es el morbo de lo incomprensible. Nadie alcanza a comprender la naturaleza de sus actos. Y luego nos dejamos llevar por los prejuicios. El caso de Robledo Puch fue célebre porque la gente no asumía que un asesino pudiera tener esa apariencia bella y angelical. Hubo un criminólogo muy famoso que dictaminó que el perfil típico del asesino era la de un tipo feo, morocho, orejudo y aún hoy hay quien tiene interiorizado ese perfil. Basta con observar ante qué tipo de rostro tendemos a cruzarnos de acera.
Con todo, llama la atención esa ambigüedad moral desde la que retrata a los protagonistas del film.
Cuando cuentas la historia de un asesino, el público espera que lo condenes y que lo sentencies. Es algo que tiene que ver con la dictadura de lo políticamente correcto. A mí, sin embargo, me parece que el cine no está para dictaminar lo que está bien y lo que está mal, y mucho menos para juzgar.
Jaime Iglesias