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El encendido debate sobre políticas migratorias que vive, en estos momentos, la Unión Europea era “algo previsible”, en palabras de Markus Schleinzer. El director y guionista austriaco, cuya ópera prima, Michael, causó sensación en Cannes 2011, comenzó a escribir el guion de su segundo largometraje, Angelo, presentado ayer en la Sección Oficial a concurso del Zinemaldia, hace cinco años “y ya por aquél entonces –comentó en rueda de prensa– intuí que la situación llegaría a los extremos que estamos viviendo actualmente”. Sin querer dárselas de visionario, Schleinzer (que ha desarrollado una importante carrera trabajando para cineastas como Ulrich Seidl o Michael Haneke), comentó que “en Europa, la manera en la que percibimos al extranjero, realmente ha cambiado muy poco desde el siglo XVIII. En aquella época los negros, los esclavos, eran percibidos como objetos exóticos y hoy en día seguimos viendo a los inmigrantes como un ornamento”.
Es precisamente el Siglo de las Luces la época elegida por Schleinzer para ambientar una película que habla del aquí y del ahora: “La percepción del otro es un tema que siempre me ha interesado y que ya estaba en Michael. Me apetecía volver sobre él pero lo que no quería era rodar una historia parecida a la de mi anterior película. La idea de hacer Angelo me la dio una exposición que montaron hace unos años sobre Angelo Soliman, un músico, actor y masón que alcanzó gran notoriedad en la corte vienesa del siglo XVIII y cuyo cuerpo, después de morir, fue expuesto dentro de una caja en un museo”. De este modo el director austriaco reflexiona, en su película, sobre los procesos de cosificación, demostrando que lejos de ser un fenómeno más o menos reciente, forman parte de nuestra pauta cultural: “A Angelo, en Viena, le dimos una nueva identidad, hicimos lo que quisimos con él y, finalmente, le introdujimos en una urna en nombre de la ciencia, aunque en un sentido metafórico se pasó toda su vida metido en una caja. Le concedieron el estatus de hombre libre, nos lo vendieron como ejemplo de integración, pero realmente fue una víctima”.
Makita Samba, actor encargado de interpretar a Angelo en su juventud, confesó que lo más complicado para él fue “trabajar en un registro de contención de las emociones y de los deseos, lo que te obliga a una interpretación bastante orgánica basada más en los gestos que en las palabras”, algo que el director del film justificó apelando a que Angelo “fue una persona traumatizada, erradicada de su país de origen, transferida a otro territorio del que ignoraba hasta el nombre. Visto así es normal que pensase que pronunciarse podía llegar a complicarle la vida, que el tener opiniones propias y expresarlas le haría perder la posición de privilegio que había alcanzado en la corte. Por eso consagró su vida a interpretarse a sí mismo frente a los demás”.
La cuidada factura visual que atesora el film también despertó el interés de los periodistas. El director de fotografía del film, Gerald Kerkletz, comentó que quiso “huir del clásico enfoque del cine de época donde hay un empeño por mostrar el diseño de producción que confiere a determinadas secuencias un aspecto de spot publicitario o de postal turística”.
Jaime Iglesias