Nacido en Donostia en 1973, Koldo Almandoz es uno de los directores más inclasificables de Cine vasco. Autor de una extensa obra en el campo del cortometraje, hace un par de años presentó en Zabaltegi-Tabakalera Sipo Phantasma, un film experimental y evocador que supuso su debut como autor de largometrajes. Ahora regresa a esa misma sección para presentar Oreina, una película, en cierto modo, rupturista con toda su obra anterior.
Oreina es una película aparentemente alejada de todo lo que habías hecho hasta ahora ¿tenías necesidad de transitar por nuevos escenarios?
Tenía ganas de evolucionar como director, de no acomodarme en un determinado tipo de cine y de probarme en otros registros. Desde ese punto de vista me apetecía hacer una película más convencional, con actores profesionales y dentro de una estructura industrial. Porque el cine experimental también te invita a acomodarte, aunque parezca un contrasentido, te genera un espacio de confort del que conviene salir.
De todas maneras, se trata de un film que tiene algunos puntos en común con sus películas precedentes. Por ejemplo, esa manera de filmar tan orgánica con la que parece que pretende generar, en el espectador, sensaciones antes que emociones.
Para mí el cine es, sobre todo, una experiencia sensorial. La narrativa es importante hasta cierto punto, por desgracia cada vez lo es más. Hoy en día abundan las pelis que incorporan un manual de instrucciones para ser asimiladas y, sin embargo, yo creo que lo que hace de un film algo interesante es que se mueva en un territorio de indefinición. La base del lenguaje cinematográfico es la cámara. Desde este punto de vista Oreina está rodada de manera muy sencilla, sin grandes alardes, me he limitado a seguir a los personajes en sus desplazamientos por una localización muy concreta.
¿Hasta qué punto los escenarios naturales en los que está rodada la película determinaron el espíritu de esta?
La idea de hacer Oreina vino en buena medida determinada por mi deseo de rodar una película justamente en esas localizaciones. La carretera que aparece en el film la he transitado durante años y siempre me han llamado la atención los contrastes paisajísticos que atesora esa zona de la ría de Oria con la naturaleza emergiendo en su estado más salvaje, las marismas y los polígonos industriales que la rodean. El cine vasco, demasiado a menudo, ha ofrecido una visión de Euskadi como un escenario bucólico-pastoril y a mí no me interesaba ir por ahí. Yo quería hacer una película que reflejase el aquí y el ahora, el Euskadi de 2018.
Los personajes de Oreina son individuos encerrados en sí mismos, a los que les cuesta comunicarse ¿es un perfil que te interesa?
A mí me interesa la gente normal y yo creo que todas las personas somos un poco contradictorias. En todos nosotros hay un conflicto evidente entre nuestros deseos y aquello que nos dicta la razón. Como espectador me molesta mucho que me pastoreen, ver películas donde los personajes funcionan como un cliché representando a un colectivo. Yo creo en la fuerza de los colectivos, pero estos se forman de individualidades.
¿Y cómo se comunica la incomunicación? Me imagino que, como narrador, es un reto mayúsculo.
A mí me parece que nos define más lo que escondemos que lo que mostramos, más aún en la sociedad actual donde hay tanta impostura y tendemos a ajustar nuestro comportamiento a una máscara, a un personaje que determina el modo en que somos percibidos por los demás. Ese es un escenario que me atrae porque genera incertidumbre, misterio, y a mí me gusta trabajar a favor del misterio. Odio las películas que no dejan espacio para que el espectador ponga a trabajar su intuición.
Esta es la segunda vez que presentas un film en Zabaltegi ¿qué supone esto para ti?
Es importante en la medida en que tu trabajo se homologa a otras producciones realizadas a lo largo y ancho del mundo. En este sentido permite que un film como Oreina trascienda la cuota local y pueda compararse con otras películas de otros lugares.
Jaime Iglesias