"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Van Johnson era un actor norteamericano alto, pelirrojo y de aspecto saludable, a quien le sentaban muy bien los uniformes de soldado u oficial, ya fuera en comedias musicales (Two Girls and a Sailor, 1944), melodramas (La última vez que vi París, 1954) o, primordialmente, cintas bélicas o dramas militares: Dos en el cielo (1943), Treinta segundos sobre Tokio (1944), Sublime decisión (1948), Fuego en la nieve (1949), El motín del Caine (1954) y un buen puñado más; de hecho, se despidió del cine, en 1992, encarnando a un almirante en Three Days to a Kill, un subproducto de y con Fred Williamson. También sabía irrumpir en las películas pegando sustos de campeonato. En Barreras de orgullo (1956), de Henry Hathaway, Joseph Cotten llega de noche a su imponente rancho y casi le da un vuelco al corazón al encontrarse en la oscuridad del garaje a su hermano (Johnson), desaliñado y recién fugado de la cárcel.
También desaseado, su aparición en Subway in the Sky (1959) es más contundente todavía, colindante con el cine de terror. La despreocupada Hildegard Knef (en los créditos, como en otras películas suyas, Hildegarde Neff) descorre las cortinas de su apartamento y, tras el cristal, aparece brusca y amenazadoramente el rostro del actor. Situémonos. Estamos en Berlín. Knef es una cantante de night club que acaba de alquilar ese apartamento a una mujer, en realidad la deletérea esposa de Johnson, médico militar de una base de la OTAN que, acusado de tráfico de drogas, huye de la justicia. El buen olfato de Knef detecta de inmediato la inocencia de Johnson y no duda en ofrecerle ayuda y refugio (“bed and breakfast”, dice con un gramo de picardía), sembrando de paso la semilla del amor.
Como se deduce de esta sucinta sinopsis, no es una trama de las que te ponen bizco, pero su ejecución es impecable. Delatando su origen teatral (una pieza de Ian Main, adaptada por Jack Andrews), casi toda la película transcurre en el apartamento, cuyo diseño, bello y frío a un tiempo, anuncia esplendores futuros (no desentonaría en él el Doctor Mabuse de los años sesenta). Las puertas se abren y cierran un centenar de veces con motivo de las visitas constantes o los registros policiales o militares (particularmente el capitán Carson, mosca cojonera), y Muriel Box filma el enredo con dinamismo, fluidez y diversidad de emplazamientos de la cámara, más o menos como haría Antonio Isasi Isasmendi al adaptar a Alfonso Paso en Vamos a contar mentiras (1962). Pero la gran baza de Subway in the Sky es Hildegard Knef, de belleza radiante y porte moderno, una actriz alemana de carrera internacional para paladares selectos, capaz de ensombrecer, en Las nieves del Kilimanjaro (1952), a las estrellas Susan Hayward y Ava Gardner: por algo la llamaron “the thinking man’s Marlene Dietrich”. Decidida, despierta, siempre un paso por delante de Van Johnson, la futura coprotagonista de Fedora (1978), de Billy Wilder, lleva la película de Box sobre sus hombros, con seductora elegancia.
JORDI BATLLE CAMINAL