El uso y manejo de las cuestiones éticas, en el cine, requiere herramientas de precisión, y es ahí donde entra la experiencia estética, el tinglado. En la superficie, El otro señor Klein (1976) es un deleite por mera sintaxis, una belleza en sus colores preocupados y un placer sensorial cuando la cámara callejea esa ciudad fatigada de tiempo, el París usado que se espera y se da por hecho. Estamos ante un Losey de alta gama en lo visual, lo que no es decir poco cuando hablamos de alguien sobresaliente destilando imágenes y cargándolas de significado moral,embebiendo de hondura la forma. El otro señor Klein es una película algo ensimismada en sus bellísimos acabados y, sin embargo, es cine que nutre, que eleva la jornada, se instala como experiencia y nos solicita modificaciones de conducta.
Año 1942. Robert Klein es un tratante de arte sin escrúpulos que en la Francia de Vichy parece haber encontrado unas ventajosas posibilidades de negocio especulando con los bienes que la población judía se ve obligada a ir dejando atrás. Su circunstanciafinanciera es miel sobre hojuelas, pero la personal empezará a zozobrar cuando otro Robert Klein, un resistente judío, comparezca en escena. O no comparezca nunca, mejor dicho, convirtiéndose así en una presencia fantasmagórica para nuestro Klein, que emprenderá unainvestigación fiel a los códigos estrictos del cine negro clásico en su modalidad noir. Es decir, la melancólica, trágica y humanista.
El otro señor Klein empieza muy arriba, con un par de escenas donde las relaciones humanas se reducen a transacciones comerciales, y termina en los abismos de la dignidad. Y aunque el descenso del protagonista a las raíces de su propia culpa va a formularse como serie negra o, si se quiere, thriller existencial con trazas políticas, la mayor parte del tiempo nos vamos a sentir transitando una auténtica pieza de cine fantástico sobrevolada por la idea del doble. Un relato de paranoia y suplantación donde un quimérico inquilino se rastrea a sí mismo. Un enredo psicológico, kafkiano en la conjura burocrática, donde el mal se ha hecho fuerte en la víctima y encaramado a sus hombros le dicta el camino al sacrificio.
El otro señor Klein, que sería el primer largometraje que Losey rodaría en francés, llegó al cineasta de manos de Alain Delon, que en calidad de productor le propuso hacerse cargo cuando Costa- Gavras declinó por cuestiones de agenda. Losey sugirió entonces al actor que incorporase él mismo el protagonista, y ambas decisiones dieron en una de las películas más notables de la filmografía de ambos, pese a que en su día fue menospreciada por público y crítica. Y eso aunque desde el papel (un guión original de Franco Solinas, el celebrado autor de La batalla de Argel –Gillo Pontecorvo, 1965– o Estado de sitio –Costa- Gavras, 1973–), el relato llevaba implícito que la indiferencia es una omisión de responsabilidades que puede llegar a describir una funestatrayectoria de bumerán.
RUBEN LARDÍN