"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Hay películas cuyo título y sinopsis pueden condicionarnos más allá de lo deseable. Si obviamos el anodino título con el que Blind Date se estrenó en España (La clave del enigma), lo primero que llama la atención es que el significado de su título original –cita a ciegas– no corresponde con la naturaleza de la relación amorosa de los personajes. O al menos, aparentemente.
El argumento parte de una idea no demasiado original, la de un hombre inocente envuelto en el misterioso asesinato de su amante. A priori, estamos ante la clásica trama del falso culpable con su investigación policíaca al uso, pero Blind Date es mucho más que eso, en parte por su excelente y orpresivo guion. Además, el inquieto cineasta Joseph Losey no se limita a trabajar con los clichés del film noir, y dota de buena autoría lo que perfectamente podría haber resultado una vulgar películita policíaca. Losey no es Hitchcock, pero ésta no es una comparación generosa. Si uno entorna la mirada, puede hallar incluso alguna pincelada de su coetánea Vértigo.
El espectador que se cite por primera vez con una película de este director se verá gratamente sorprendido por lo singular de los derroteros tomados por Losey. Descubrirá que la trillada premisa argumental no es sino un Macguffin para pintar –además de un peculiar romance– una pequeña fábula sobre los convencionalismos, la decadencia del poder y la lucha de clases. No en vano, las “actividades antiamericanas” del comunista Losey lo forzaron a exiliarse a Gran Bretaña perseguido por la caza de brujas de McCarthy.
Así, desde su arranque, Losey nos dibuja un protagonista risueño e idealista que verá peligrar su libertad por las torticeras maniobras de una decadente burguesía londinense. Se trata de Jan, un pintor holandés cegado por amor –interpretado con donaire por el sex-symbol alemán Hardy Krüger– que corretea pizpireto y bailarín por las calles de Londres como en un film de la Nouvelle Vague. Pero pronto se adentrará en el lujoso y opresivo apartamento donde se ha citado con su acaudalada amante, asesinada inexplicablemente al mismo tiempo que Jan entra en la casa.
Si se me permite la analogía, la película funciona como una cita a ciegas para el espectador, y al igual que el protagonista, viviremos un pérfido juego deseducción. Todo en ella despierta una enorme curiosidad, pues la información se nos irá dosificando con gran recelo. Sus sugerentes diálogos, juguetones y erráticos, coquetean sin cesar con la inteligencia del espectador hasta atraparlo de manera hipnótica.
El hechizo se debe en gran medida a la atractiva plasticidad del conjunto, pues a pesar de su teatralidad – ntre otras cosas por su narrativa dividida en actos–, Losey utiliza una bellísima puesta en escena. La cámara, la luz y los estupendos actores –mención especial para Stanley aker–trazan una deliciosa coreografía por los cuidados decorados, explotando al máximo recursos como la profundidad de campo, creando lienzos muy expresivos.
A la postre, estamos ante una maravilla altamente seductora, que logra algo dificilísimo: que los giros enrevesados de un rompecabezas artificioso resulte absolutamente naturalista.
ANGEL ALDARONDO