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Las vidas de los dos personajes protagonistas de Life and Nothing More (La vida y nada más), segundo largometraje del director español afincado en Estados Unidos Antonio Méndez Esparza no tienen demasiado de extraordinario, aunque ambos se encuentran en una patente situación de vulnerabilidad.
Regina es una madre soltera afroamericana de extracción humilde, trabaja todos los turnos que puede como camarera, y no dispone de mucho más tiempo que el que debe dedicar a trabajar para sacar a u familia adelante. Su hijo Andrew todavía no ha cumplido los 18 años, pero ya tiene en su haber varios pequeños delitos que, de reiterarse, pueden llevarle a la cárcel. Allí es donde está encerrado su padre desde hace años, de quien recibe de vez en cuando alguna carta, pero con el que no se comunica personalmente.
Seguramente hay muchas familias con situaciones no muy diferentes en muchos barrios de muchas ciudades norteamericanas, por lo que en apariencia poco se podría destacar de ellos. Se trata de vivir y nada más. Méndez Esparza lo sabe y, por eso, decide encontrar el valor de estos personajes en pequeños fragmentos de sus vidas cotidianas, en sus acciones habituales, en conflictos corrientes. Mediante estos fragmentos e va construyendo la realidad de unos personajes que, a su vez, están en proceso de construcción de sus propias vidas a través de las decisiones que deben tomar para salir adelante. “Trato de centrarme siempre en los personajes. Ellos son la película”, concreta el director. Y trata de hacerlo de la manera más realista posible, en los ontextos que los definen, con sus comportamientos corrientes. De ahí surge un conflicto habitual en su cine: el de partir de un guion escrito que sirve para trazar un mapa, pero luego dejar que sea la propia historia y sus personajes, con libertad, los que ayan evolucionando por sí mismos.
Por eso hay también mucho de espontaneidad e improvisación en Life and Nothing More. “Intento ser muy libre a la hora de hacer una película. A medida que íbamos filmando íbamos descubriendo la película y surgían escenas espontáneamente”, explica Méndez Esparza. Los actores, Regina Williams y Andrew Bleechington, no habían actuado nunca, “pero abrazaron la idea de actuar y en el proceso de la película se convirtieron en actores”, indica el director, que quiso dejarles mucha libertad para que ellos mismos fueran contribuyendo y construyendo los personajes. “A veces se trata de huir de la historia y abrazar el presente de lo que sucede”, en palabras del autor.
De manera que esas ideas de descubrimiento y construcción se aplican tanto a la propia historia y los personajes, como al propio proceso de creación de la película. También corresponde al espectador involucrarse en ese descubrimiento: para Méndez Esparza, “las escenas deben hablar por sí mismas. Yo no quiero dar las respuestas al espectador”, y por eso el propio final queda también abierto a interpretaciones. Y deja caer la pregunta final: “¿Qué va a pasar después? ¡Quién sabe!"