La obra de Joseph Losey, ya lo hemos ido viendo, está marcada por unas constantes, tanto temáticas como formales, que se generan ya en sus películas primerizas y se mantienen, al menos buena parte de ellas, hasta el final. El genuino sello del autor. Sin embargo, en esa trayectoria hay líneas de fuga, salidas de los propios patrones, que sorprenden por un cambio de estilo notable, por un planteamiento radical o por un formato que se sale de norma. Y hoy se puede disfrutar de buena parte de esa diversidad, con películas tan distintas como Caza humana (1970), El asesinato de Trotsky (1972), Chantaje contra una esposa (1973) y Galileo (1974).
Y la más extraña y radical de ellas, y de toda la filmografía de Losey, es Caza humana, una película que acaba siendo casi una abstracción consagrada al puro movimiento, a la huida constante, al despojamiento de la materia narrativa. Las figuras son dos (interpretados por Robert Shaw, también autor del guion, y Malcolm Mc- Dowell), fugitivos de no se sabe qué huyendo hacia no se sabe dónde y perseguidos intermitentemente por un helicóptero. El paisaje es agreste, subyugante, hipnótico. Por su planteamiento podría ser un equivalente a Infierno en el Pacífico (John Boorman, 1968), con un oficial japonés y un soldado norteamericano, dos únicos personajes enemigos en una isla, algo así como una fusión entre el cine comercial y el de arte y ensayo. En Caza humana la lucha por la supervivencia, y la violencia desatada por el camino, se va cargando de simbolismos no tan lejanos de los utilizados anteriormente por Losey, aunque las dosis de enigma y de interpretación abierta se redoblan; el retrato psicológico queda aquí sustituido por la pura energía física y por la acción instintiva. En esos grandes planos generales en los que se mueven las figuras se puede ver un aliento pictórico. Es una película que propone más impresiones que certezas, pero tiene en la lucha por la libertad y el enfrentamiento al destino algunos de sus grandes temas.
El destino también está en la esencia de El asesinato de Trotsky, toda vez que el relato se articula en la alternancia de los ámbitos del político exiliado en México y casi encerrado en una mansión- fortaleza, repudiado por Stalin y con la sensación de que su tiempo ha pasado; y el entorno del misterioso Frank Jackson (Alain Delon), que tiene una misión, mientras recibe la admiración de Gita Samuels (Romy Schneider), una joven idealista. Todo se va encaminando hacía un destino ya anunciado en el título. La película que en principio Losey nunca hubiera pensado hacer (“yo me crié en una generación que creía que Trotsky era un monstruo y Stalin era un héroe”, reconocía el cineasta en sus conversaciones con Michel Ciment), le interesó porque partía de un guion de Ian Hunter, otro escritor que estuvo en las listas negras de Hollywood. Y le hizo ver el revés de la historia. A menudo se considera el film más fallido de Losey, pero a pesar de algunas decisiones estéticas algo chirriantes (esos zooms, la exagerada actuación de Delon y sobre todo Schneider), y de unas secuencias con toros de una violencia considerable y de una simbología algo peregrina, cuenta con un notable tramo final, en el que se despejan las irregularidades previas.
Si Losey dedicó sus primeras inquietudes artísticas y profesionales al teatro, en el último tramo de su obra cinematográfica encontró modos muy distintos de aproximarse a la experiencia escénica. Chantaje contra una esposa es una adaptación al cine de la obra de Henrik Ibsen “Casa de muñecas,” que llevó a cabo el guionista David Mercer aligerando el denso contenido de la obra original. Jane Fonda, que se encontraba en el punto álgido de su carrera, asume el personaje principal. Las ambiciones en el posicionamiento social de los personajes constituían el punto de interés central de Losey, quien conforma una adaptación suntuosa con música de Michel Legrand.
En cambio, Galileo, basada en la obra teatral de Bertold Brecht, es una de las películas filmadas por el American Film Institute que utiliza los decorados escénicos en lugar de las localizaciones naturales. Con Topol interpretando al decisivo matemático que se enfrentó con sus investigaciones astronómicas a las falsas creencias (“el milenio de la fe acaba, empieza el de la duda”, afirma el personaje), Losey utilizó una vez más la ocasión para establecer un paralelismo con la caza de brujas en Hollywood.
RICARDO ALDARONDO