"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
El año 1917. Nos encontramos inmersos en la peor batalla de la Primera Guerra Mundial. El ejército británico sufre cientos de miles de bajas. Llueve incesantemente, el mugriento barro engulle miles de soldados y la moral del resto de la tropa. Faltan víveres, flotan cadáveres y las ratas se apoderan de todo. Imposible mantener la cordura, desertar parece la única decisión razonable. Pero el alto mando no está dispuesto a tolerar más insubordinación, y no le tiembla el pulso a la hora de ejecutar a quien muestre una mínima flaqueza. Donde solo hay ratas y barro, el rey y la patria son solo un vago recuerdo, casi irónico.
En este terrible contexto histórico ubica Joseph Losey su poderoso alegato antibelicista, una crítica al totalitarismo y a la estulticia del estamento militar. En Rey y patria (1964) no encontraremos explicación bélica alguna, ni estrategias, ni enemigos, ni razones por las que luchan. El argumento se centra en el arbitrario juicio militar contra un soldado desertor, aturdido y consumido por el horror de la guerra. Y por el barro.
La trama puede resultarnos muy familiar, y es imposible no compararla con el título cumbre del cine antimilitarista: Senderos de gloria. Son muchos los nexos con la película de Stanley Kubrick, una obra maestra cuyo peso puede suponer un lastre para cualquier otra que trate de equipararse. Pero Rey y patria sale indemne de la comparación porque no se trata de un remake, sino de un un film con entidad propia. Incluso podría decirse que aventaja al de Kubrick en algún aspecto, pues el retrato que hace Losey de aquella fatídica batalla es más hedionda, opresiva, cruda y malsana.
En el momento de rodar Rey y patria–premiada en los BAFTA como mejor película–, Losey brillaba en todo su esplendor tras haber realizado la que es considerada su mejor obra, El sirviente. El solido guión, basado en una obra de teatro, imprime un acusado tono escénico al film, pero una vez más Losey lo matiza con diferentes técnicas. Por un lado incorpora modernos insertos de imágenes reales menos delgada, su pelo es rubio miel, los ojos verdosos y sombreados y, a pesar de tenerlos algo rasgados, no pasaría por euroasiática. Losey contó con una auténtica locura de guión de Evan Jones, la exulde guerra, y por otro, vuelve a hacer un uso muy notorio de la cámara, no sólo como recurso meramente estético, sino como elemento narrativo y dramático. También se sirve de primeros planos y de una luz expresiva para subrayar un entorno opresivo.
El film cuenta con secuencias antológicas de gran crudeza, trufadas de vehementes diálogos realzados por las elocuentes interpretaciones de corte muy british. El excelente trabajo de Dirk Bogarde interpretando al abogado defensor es incluso superado por la atormentada caracterización de Tom Courtenay en su papel de desertor, labor galardonada en el Festival de Venecia.
La podredumbre moral, las trincheras convertidas en desagües, la crueldad infligida por la turbada tropa a su compañero, el estéril intento de un abogado idealista por preservar un poco de humanidad, y un pobre soldado cuya esperanza es aniquilada por la injusta autoridad castrense. Y las ratas, y el barro.
ANGEL ALDARONDO