"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Además de mostrarse muy honrada por recibir el premio Donostia, Agnès Varda se sorprendía ayer de que se le haya concedido a ella, que no es ninguna estrella, sino una cineasta que se describe a sí misma como “marginal y especial”. Sin embargo, aunque su nombre no sea muy conocido por el gran público, Varda es una figura fundamental en el cine europeo del último medio siglo. Y desde que con un título ya de culto como Cleo de 5 a 7 (1962) se colocaba en el ojo del huracán de aquella Nouvalle Vague que fue determinantepara entender la modernidad cinematográfica, ella no ha dejado de moverse inquieta huyendo de encasillamientos.
La idea de libertad fue recurrente en su conversación a lo largo de la rueda de prensa. “Hago un cine que es libre, pero la libertad no sólo implica salir a la calle y gritar. Significa escapar del encasillamiento y de los formatos establecidos. Significa usar la imaginación, y yo sigo utilizando el poder de la imaginación”, declaraba. Por eso ha combinado a lo largo de su carrera tanto ficción como documental, que es un género que le interesa mucho, y es capaz de estar volcada a sus 89 años en proyectos de instalaciones artísticas, investigando lo que el arte contemporáneo puede aportar al cine.
Su idea de libertad artística tiene también mucho que ver con no plegarse a las demandas del dinero. Siempre se ha negado a trabajar al servicio de criterios publicitarios, aunque ello hayaprovocado que sus trabajos nunca hayan contado con gran financiación, e incluso ha recurrido al crowdfunding para financiar su último proyecto. “El cine tiene que tener sentido, y no solamente dinero”, sentencia, aunque es capaz de apuntalar bromeando que “no estaría mal que me diesen dinero además de premios”.
Agnès Varda también fue pionera como mujer cineasta. Cuando ella empezó eran muy pocas las que se dedicaban al cine, pero en ese sentido afirma que lo que ella hizo fue intentar trabajar no especialmente como una cineasta que era mujer, sino como una mujer que era capaz de hacer un cine radical, y de esa manera animar a otras a que entraran en un arte, en cualquiera de sus facetas, técnicas o artísticas, que las necesitaba.
Una radicalidad que mantiene vigente hoy en día y lo manifiesta en su mirada hacia la realidad: “Los artistas pueden dar otra forma a la realidad. Reinventarla. Eres un intermediario”. Con todo, y aunque se defina como radical y marginal, la directora francesa aspira a que su cine llegue al mayor número posible de gente, que no se vea sólo en las grandes ciudades, sino también en los pueblos. “Yo hago cine para que se vea. Quiero que sea popular sin renunciar a la calidad”.
Por supuesto, el cine popular de Varda no lo es en el sentido de la comercialidad de una superproducción de Hollywood. Su última película, Visages, Villages, que presenta en San Sebastián, concentra muy bien su interés por acercarse a protagonistas que “no son personajes, que son verdaderamente personas”. En sus trabajos lo que se quiere mostrar es que “cada persona con su rostro, con su forma de hablar, es interesante. Mantengo los ojos y oídos bien abiertos, quiero captar las sutilezas de la vida”, concluye.
GONZALO GARCÍA CHASCO