"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Sin abandonar ese eterno gesto de circunspección que le asemeja a la mayoría de los protagonistas de sus películas, Aki Kaurismäki mantuvo una distendida conversación ayer con la prensa a los pocos minutos de ser galardonado con el premio FIPRESCI por El otro lado de la esperanza, película que le valió el Oso de Plata al mejor director en la última edición del Festival de Berlín: “La verdad es que no creo merecer este premio, como tampoco creo haber merecido nada de lo que me ha pasado en la vida, salvo en aquellos momentos en los que he trabajado duro, que no han sido muchos”, comentó el cineasta finlandés con esa mezcla de desparpajo y solemnidad que le da el saberse de vuelta de todo. De hecho, si hemos de hacer caso a sus palabras, puede que El otro lado de la esperanza sea la última película que ruede, aunque ya con ocasión del estreno de Le Havre, su anterior largometraje, Kaurismäki manifestó que tras aquella experiencia probablemente dejaría de hacer cine: “Entiendo que la gente no termine de creerme, pero cuando digo que me apetece dejar el cine lo digo en serio, por eso cada nueva película que presento espero que sea la última. Lo que ocurre es que no valgo para otra cosa, soy incapaz de hacer un trabajo honrado”. Después de comprobar el efecto de hilaridad que sus palabras provocan en sus interlocutores, el cineasta precisa: “No, ya en serio, lograr este premio ha sido muy importante para mí, sobre todo porque cuando estrené la película en Finlandia me pusieron a caer de un burro, sobre todo los más jóvenes. Para ellos yo soy un cineasta de la vieja guardia pero ¿qué puedo hacer? ¿Morirme? No, gracias, aún soy muy joven para eso”.
LA DIMENSIÓN SOCIAL DEL CINE
El otro lado de la esperanza narra –con cadencia de blues– la odisea de un refugiado en esa Europa “orgullosa de sí misma pero falsa” en palabras del propio cineasta, muy crítico con lo que representa la Unión Europea: “Es un proyecto de cohesión falso pues está estructurado sobre criterios puramente económicos y ya se sabe que donde manda el dinero no hay amor posible. Europa, como tal, no ha existido nunca y no pasa nada por asumirlo. De hecho a veces pienso que Europa tiene más voz de la que merece”. Cuestionado sobre el papel que pueden o deben jugar los intelectuales a la hora de denunciar la degradación de los derechos sociales que está aconteciendo en el Viejo Continente, Kaurismäki tira de sarcasmo: “¿Qué quieres que te conteste a eso? ¿Tú me ves pinta de intelectual? Bueno, puede que lo fuera cuando era más joven, pero ahora no, no lo soy”. No obstante, el cineasta reconoce echar en falta “películas con una mayor dimensión social, creo que el cine ha perdido ese componente”. Lo que sí concede Kaurismäki es que la ternura y la empatía que emana en su retrato de los más desfavorecidos es producto de su pesimismo, cada vez más acentuado: “No sabría definir quién soy, pero lo único que sé es que esta sociedad me gusta cada vez menos aunque, parafraseando a Buñuel, te diré que ‘Soy consciente de no vivir en el mejor de los mundos, pero al fin y al cabo tampoco se está tan mal aquí’ ” .
JAIME IGLESIAS