"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Si después de haber visto esta película de Steve McQueen en 2008, por mucha Cámara de Oro de Un Certain Regard de Cannes que la avalara, nos hubieran jurado que su director acabaría alzándose con un Oscar a la mejor película cinco años después (por 12 años de esclavitud) y uno de sus protagonistas, Michael Fassbender, se convertiría en un sex-symbol para plateas maduras, se nos habría dibujado una mueca de incredulidad en nuestro rostro.
Porque no es Hunger un filme que prometa ni consensos venideros ni futuros aplausos generalizados; es una película rugosa, que incomoda tanto por su temática como por su concepción del lenguaje cinematográfico. No está de más recordar que la secuencia clave del filme es una charla a tiempo real entre Bobby Sands, el miembro del IRA que va a iniciar una huelga de hambre en prisión interpretado por Fassbender, y un sacerdote que intenta disuadirlo: más de veinte minutos de conversación, quince de ellos resueltos en un plano americano muy abierto, a contraluz y absolutamente estático.
¿Son estas las soluciones formales que luego se llevan Oscars? Pues no. Además, a pesar de que la secuencia bisagra de Hunger sea extremadamente oral, el debut de Steve McQueen en el cine articula su discurso la mayoría de las veces sin verbalizarlo. También confiando en la inteligencia del espectador: que cada vez que un celador sale de casa por la mañana y ponga la llave en el contacto del coche se muestre reparando en el rostro angustiado de la esposa desde el alfeizar implica que hay una puesta en escena con mucha información compartida entre emisor y receptor.
Quien quiera enterarse de cómo fue exactamente la huelga de hambre en la Maze Prison de Irlanda del Norte en 1981, como quien lee una entrada en Wikipedia, no va a salir satisfecho de Hunger. Eso sí, quien quiera comprender qué implicaciones (morales, físicas, cotidianas…) tenía esta protesta extrema en la que los convictos pedían ser tratados como presos políticos y no como criminales, va a experimentar Hunger como un puñetazo en la boca del estómago. Porque McQueen quiere que sus imágenes sean en extremo sensoriales: que las paredes untadas con excrementos y los charcos de orín de los pasillos huelan (consecuencias de la huelga de limpieza anterior a la de hambre), que los moratones y brechas ocupen toda la pantalla, que podamos contar las costillas de los huelguistas… Una apuesta por la fisicidad (no sin alguna truculencia) que quiere convertir no solo a los supuestos criminales en símbolos políticos, sino también en seres humanos.
JOAN PONS