"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
La cineasta Heddy Honigmann vive en Ámsterdam desde finales de los años 70 pero nació en Lima en 1951. Durante unas vacaciones en las que volvió a su país natal, tuvo las primeras ideas de lo que terminó siendo El olvido (2008), una absoluta obra maestra del género documental que ofrece una nítida radiografía de Perú mediante un ramillete de personajes inolvidables.
En el espléndido inicio brilla Jorge Kanashiro, un camarero que describe la cruda realidad del país en los tres minutos que tarda en preparar un pisco sour, el cóctel nacional. “En mis 50 años de ‘bartender’ lo he mezclado para muchos presidentes. Cuando pienso en ellos veo la historia como un cóctel mal preparado, hecho con elecciones semidemocráticas, golpes de estado, terrorismo y corrupción”, filosofa. Es solo uno de los “pequeños poetas” –así los definió Honigmann cuando estrenó El olvido en Horizontes Latinos– que comparten metraje con ‘grandes criminales’ como Fernando Belaúnde, Alberto Fujimori o Alan García, presidentes que juran el cargo “por Dios y los santos evangelios” para, acto seguido, dedicarse a saquear a su pueblo.
Frente a ellos se alzan el camarero que se autodefine como “un payaso” que ríe cuando le tratan mal en su trabajo, el cliente que describe el palacio gubernamental como “una isla de felicidad rodeada de Perú por todas partes”, propietarios de pequeños negocios, obreros, jóvenes malabaristas, cantantes ciegos, saltimbanquis callejeros… Todos desfilan ante la cámara y hablan a tumba abierta de sus vivencias y recuerdos, algunos muy dramáticos, como los de la madre lisiada cuyas hijas realizan acrobacias en los pasos de cebra a cambio de limosna, o los de la mujer abandonada por su marido tras una crisis laboral. También hay espacio para el humor y la ironía en momentos como el del vendedor de zumos de rana, muy recomendables para la memoria.
Porque de eso, de la memoria y de su ausencia, trata El olvido, uno de cuyos pasajes más sobrecogedores lo protagoniza Henry, ese niño solitario que malvive en la calle como limpiabotas y dice no guardar recuerdos bonitos ni feos. Tampoco tiene sueños: “Casi no sueño”. Pese al dolor que desprende su confesión, reconforta la dignidad que exhiben los personajes, ciudadanos que padecen el olvido de sus gobernantes, pero que se niegan a doblar la cerviz y a darse por vencidos. “Nunca me sentí derrotado, con lo poco que tenía comencé de nuevo”, proclama el dueño de una clínica de maletas que resume la tesis de un documental lúcido como pocos.
JUAN G. ANDRÉS