Nacido en Liverpool hace 70 años, Terence Davies es un viejo conocido del Zinemaldia, donde además de haber sido protagonista de una retrospectiva en 2008, compitió por la Concha de Oro con dos de sus tres últimos largometrajes: The Deep Blue Sea (2011) y Sunset Song (2014). Este año regresa a San Sebastián para la puesta de largo de la sección Zabaltegi-Tabakalera en la que se exhibe su última película: A Quiet Passion. En ella, el cineasta británico se aproxima a la figura de la poetisa norteamericana Emily Dickinson incidiendo en el tormento interior que la acechó desde joven al cuestionar la idea de Dios: “En ese sentido me siento muy próximo a ella porque yo hasta los quince años era una persona muy devota, estaba obsesionado con obtener el perdón a mis pecados hasta que percibí que este no iba a llegar. Semejante escenario hizo que tuviera una juventud horrible”, comenta el cineasta antes de afirmar tajante: “Todas las religiones son perniciosas, pues giran sobre los objetivos de reprimir la sexualidad y de que aceptemos la idea de la muerte. Lo primero lo consiguen a medias pero lo segundo es imposible, ya que todos tendemos a ver el hecho de morir como algo que concierne a los demás, nunca a nosotros”.
Más allá del conflicto que vivió consigo misma tras asumir que solo a ella le tocaba gestionar su propia alma, el acercamiento que propone Davies a la figura de Emily Dickinson también está marcado por el dolor íntimo que le produjo el sentirse despreciada como autora por sus contemporáneos: “Es cierto que Dickinson apelaba a la posteridad para lograr ese reconocimiento que se le negó en vida, pero también lo es que a ella la idea de posteridad le resultaba tan incómoda como la idea de Dios. En este sentido, hacer esta película puede que rescate su figura y haga crecer el interés por su obra, pero a ella eso ya no le sirve de nada y a mí, personalmente, me resulta una idea insoportable”.
CINE A CONTRACORRIENTE
La construcción interna del relato, como en el resto de largometrajes que engrosan la filmografía de este peculiar cineasta, queda ajustada a ese ritmo pausado y preciso que bebe de las fuentes del clasicismo expresivo para añadir complejidad y hondura a una historia cuya fuerza radica precisamente en el manejo de los tiempos. Terence Davies es perfectamente consciente de cultivar un estilo que le hace nadar a contracorriente en el panorama cinematográfico actual: “Alguien dijo en una ocasión que rodar una película es dar muerte a tres ideas: la que tienes en la cabeza cuando escribes el guion; la que encierra el guion cuando lo ruedas y aquella que hay en el material rodado cuando lo montas. Has de tener la habilidad para limpiar y eliminar lo superfluo”.
Y si arriesgado resulta rodar una película sobre una poetisa decimonónica apelando a un estilo tan depurado en estos tiempos de celeridad y consumo de imágenes al por mayor, no lo es menos darle el papel protagonista a una actriz como Cynthia Nixon, que en el imaginario colectivo está ligada a su papel de la exitosa y agresiva abogada Miranda Hobbes de Sexo en Nueva York: “Para mí –comenta Davies– no supuso ningún problema porque además yo soy muy visceral cuando elijo a mis actores hasta el punto de dejarme arrastrar por mi intuición. A Cynthia la conocía de unas pruebas que hizo conmigo para un proyecto que, finalmente, no salió adelante. Cuando empecé a redactar el guion de A Quiet Passion su imagen vino a mi cabeza y todo el trabajo de escritura lo hice pensando en ella. De hecho, de Emily Dickinson únicamente hay una foto de su juventud y le dije a mi productor: 'coge una foto de Cynthia y superponla a la de Emily, ya verás cómo encajan' y así fue. Estaba tan convencido de que era la única opción posible para protagonizar esta película que no sé qué hubiera hecho en el caso de haberme dicho que no”.
Por suerte, la actriz aceptó el reto de protagonizar esta historia que, según su director “más que un relato biográfico sobre la figura de Emily Dickinson, hemos querido aproximarnos a su condición espiritual”.
JAIME IGLESIAS