Uno de los pocos directores capaces de sacarle el máximo provecho a los cambios en el cine de acción de Hollywood en las últimas décadas es George Miller, un hombre que siempre se manejó cómodo en la velocidad, la potencia y la aceleración permanente. Mad Max: Fury Road (Mad Max: Furia en la carretera), gran premio Fipresci de 2015, lo pone a la par de otros “viejitos acelerados” como Martin Scorsese y Michael Mann: todos ellos prueban que, después de los setenta años, son capaces de adaptarse al juego que juega la industria en términos de ritmo narrativo y llevarlo un paso más allá, donde la velocidad ya se mezcla con la experimentación audiovisual y hasta la abstracción sensorial.
Miller se maneja en un terreno más tradicional de la superproducción que los otros dos. Si bien Mad Max puede significar poco y nada para los que crecieron en los noventa o aún después –y su culto es minoritario si se lo compara con el de otras sagas de esa misma época como Star Wars e Indiana Jones–, Miller ha hecho todo lo que tenía que hacer para devolverle vida y actualidad a la película. Es un filme que supera aún a Fast & Furious en el juego que mejor juega: el del frenesí y la persecución constante.
Fury Road bebe más que nada de Mad Max 2 en su visión post-apocalíptica y desértica en la que un ex policía circula por rutas y desiertos resecos, con sus facultades mentales al borde de la catatonia, y siendo perseguido y atrapado por todo tipo de tribus que sobreviven en esos mismos parajes infernales. La película se hace un poco eco también de la estética más bizarra de la tercera entrega de la saga, pero ese kitsch futurista de a poco va cediendo a la lógica pura y dura de la película, que es la persecución constante y el avance permanente. Fury Road tiene algunos giros fuertes en la trama pero todo se resuelve dentro de un sistema casi inamovible: el de la velocidad, el acecho y el combate en movimiento.
Max (Tom Hardy en lugar de Mel Gibson) es atrapado por los War Boys, soldados del pequeño pero imponente imperio que controla Immortan Joe, amo y señor que maneja el acceso al agua y a las provisiones de los desesperados sobrevivientes. Mientras Max está ahí, prisionero, un transporte conducido por Furiosa (Charlize Theron) se escapa de su asignado destino de traer provisiones al imperio con destino incierto. Los ejércitos de Joe salen a perseguirla –con Max como un literal estandarte– y allí empieza la versión Correcaminos de la trama, con mínimas detenciones en la ruta.
Tras una serie de persecuciones, accidentes y peleas mano a mano, Max terminará uniéndose a Furiosa en su batalla contra el poderoso Joe. En cierto sentido, una vez que combinen fuerzas, la película le pertenecerá más a ella que al monosilábico Max, que Hardy interpreta más cerca de la depresión que de la manía. Furiosa y su banda de mujeres en fuga son las que llevan las riendas del relato, de la mitad en adelante, convirtiendo a Fury Road en un manifiesto feminista disfrazado de película de acción.
En las extensas escenas de persecución, Miller suelta las riendas de su arsenal audiovisual. Lo que lo diferencia de sus pares es que es capaz de proponer un ritmo feroz sin perder nunca la lógica espacial, no dejando que los efectos digitales se lleven puesto el relativo “realismo” que ha creado y poniendo siempre al espectador en el centro de la acción, y no como un testigo distante que ve explotar cosas por los aires hasta que todo le da lo mismo.
Miller proviene de una época en la que los villanos y los héroes tenían dimensiones y problemas reconocibles (no hay aquí galaxias lejanas ni Infinity Stones) y apuesta por esa medida de las cosas: la extinción de la raza humana por falta de agua potable, la explotación del hombre por el hombre, y el uso y abuso de las mujeres son los temas principales del filme. Y cada golpe, cada muerte, cada bizarro stunt de las persecuciones tiene un sentido dramático reconocible. No solo Miller narra mejor que muchos en el universo del cine de acción y aventuras, sino que crea personajes cuyos destinos nos involucran, cuya suerte nos preocupa.
Diego LERER