"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Hay una imagen bastante estereotipada del cine japonés que incluye a Godzilla, el anime de Hayao Miyazaki, las películas de samuráis y geishas, el cine yakuza de Takeshi Kitano o las historias de sexo y violencia de Takashi Miike. Pero existe también un cine japonés que escapa a cualquiera de esas categorizaciones, una corriente subterránea, discreta pero tenaz, que lleva años dejando su impronta en festivales de cine de todo el mundo, que ha creado cineastas de culto –quizá no tan populares a primera vista, pero que cuentan con sus fieles seguidores–, y que se mueve con absoluta autonomía respecto a la gran industria cinematográfica nipona.
Los japoneses denominan con el término jishu eiga (que traducido vendría a ser algo así como self made film) a una serie de películas autofinanciadas por el propio cineasta, todo un gesto de independencia en una industria donde los directores suelen trabajar por encargo de las compañías. Este tipo de cine no sólo ha permitido a directores hoy consagrados internacionalmente debutar en su momento, sino también levantar películas personales y únicas que no necesitaban estar pendientes de las demandas del mercado y en las que la libertad creativa es la norma. Esa tendencia disidente puede encontrarse incluso en otras películas financiadas por grandes productoras o canales de televisión, lo importante es apartarse de algún modo del cine más comercial o de las expectativas más estandarizadas del público.
El ciclo Nuevo cine independiente japonés 2000-2015 recoge algunas de las propuestas más sugestivas producidas en estos últimos quince años y dirigidas tanto por nombres que alcanzarían gran prestigio crítico tras sus primeras incursiones en el cine independiente (Naomi Kawase, Nobuhiro Suwa, Shinji Aoyama) como por guerrilleros e imprevisibles dinamiteros que se han ganado a pulso su reputación de directores de culto (Koji Wakamtasu, Shinya Tsukamoto, Sion Sono, Takahisa Zeze). Pero también es una oportunidad única para conocer a una heterogénea generación de cineastas que debutó en la década de 2000. Su obra traza un oportuno y esclarecedor panorama del Japón actual, de sus miedos, traumas, deseos y carencias, a través de una rica variedad de registros, colores y tonalidades. Una invitación a desviarse para recorrer caminos poco transitados, lejos de las rutas turísticas habituales, como hace todo viajero consciente de que el extravío en lo inesperado es la única forma de alcanzar la revelación y el descubrimiento.
Roberto Cueto