"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
“En nuestras manos tenemos la fuerza cósmica de la creación propia: podemos dar forma a la vida, separarla y volver a unirla, moldearla como masilla”, proclama el enajeando Alexander Thorkel. El protagonista de Dr. Cyclops (1940) no es uno de los mad doctors más célebres del cine, pero comparte con apellidos más ilustres –Caligari, Frankenstein, Moreau– el anhelo de jugar a ser dios: con un artilugio diabólico que presagia la paranoia atómica, reduce a animales y personas a una quinta parte de su tamaño.
Sin estar a la altura de las obras maestras más imaginativas de Shoedshack & Cooper, Dr. Cyclops conecta con El malvado Zaroff (1932) en el tema de la caza del hombre –en este caso, del hombrecillo– y recuerda a King Kong (1933) en la ambientación selvática. Además, si la historia del formidable gorila era una revisión del mito de la bella y la bestia, Dr. Cyclops es na odisea en miniatura que evoca la lucha de Ulises contra el gigante Polifemo, convertido aquí en un científico loco y cegato cuyas minúsculas presas visten con trapos que parecen túnicas griegas. Y es que en lo referido al tono del filme, el humor termina fagocitando al horror que tanto prometía ese expresionista comienzo añado en inquietante luz verde. Con todo, los años han convertido esta obra en un pequeño pero reivindicable clásico del cine fantástico, y no solo por su condición de primera película de ciencia ficción filmada en glorioso Technicolor.
Aunque ya había humanos miniaturizados en títulos anteriores como La novia de Frankenstein (1935) o Muñecos infernales (1936), el nivel de los efectos especiales de Dr. Cyclops es más que notable. Los trucajes, el uso de la perspectiva, los decorados y el atrezo gigante brindan secuencias memorables: el caballito jibarizado, el gato Satanás hostigando a los liliputienses ocultos tras un cactus, la inmensa mano del doctor martirizando a una víctima o las idas y venidas de los personajes entre gallinas y cocodrilos, animales igualmente fieros para quien no levanta un palmo del suelo.
No parece casualidad, sino homenaje, la amenazadora presencia de otro felino en El increíble hombre menguante (1957), que atesora una mayor carga de profundidad y es el clásico por antonomasia de este subgénero. Sus efectos especiales, sin embargo, no son mucho mejores que los De Dr. Cyclops, estrenada 17 años antes y que ha sido, en mayor o menor medida, el espejo en el que se han mirado trabajos posteriores como El chip prodigioso (1987) o Cariño, he encogido a los niños (1989), por citar dos únicos ejemplos.
JUAN G. ANDRÉS