"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Mucho antes de empuñar la cámara, el cineasta israelí Ari Folman blandió el fusil al servicio de su país en la guerra del Líbano. Durante años, quizá como forma de autoprotección, mantuvo aquella época oculta entre los pliegues más profundos de su memoria. Pero la pesadilla recurrente que le contó un amigo, también exmilitar, le hizo querer recordar su papel en aquella sangrienta invasión.
Folman decidió que su terapia sería realizar una película. Recabó los testimonios de amigos, antiguos soldados, una experta en shock postraumático y el periodista que certificó la matanza de cientos de refugiados palestinos en los campos de Sabra y Chatila. Grabaron imágenes de vídeo en un estudio pero siempre sabiendo que harían una película de animación, y a partir de un montaje de noventa minutos, crearon de cero un storyboard de 2.300 dibujos que después animaron mezclando técnicas tradicionales, Flash y 3D.
El resultado es Vals im Bashir (Vals con Bashir, 2008), un impactante trabajo que algunos han calificado erróneamente como el primer documental de animación de la historia. Existen otros precedentes, algunos muy antiguos, aunque éste es uno de los que mayor repercusión ha cosechado: ganó el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa, el César francés a la mejor cinta extranjera y a punto estuvo de llevarse el Oscar en esa categoría.
Utilizar la representación pictórica para documentar un horror real es una práctica anterior incluso a “Los desastres de la guerra” de Goya o al “Guernica” de Picasso. Además, Vals con Bashir está emparentada con los reportajes en viñetas de Joe Sacco y con películas recientes que usan la animación con fines documentales, como Persépolis (2007), adaptación de la novela gráfica de la iraní Marjane Satrapi, o Crulic (2011), un filme de Anca Damian -incluido también en la retrospectiva Animatopía- sobre un ciudadano rumano arrestado injustamente en Polonia.
Pero si hay que subrayar un hallazgo de Ari Folman es la libertad que los dibujos le brindan para intercalar escenas bélicas con secuencias oníricas y fascinantes que no habrían funcionado en imagen real. Como la de los reclutas que emergen desnudos de un mar iluminado por bengalas o la del soldado que parece bailar un vals en mitad de un aguacero de balas mientras suena una melodía de Chopin: el conflicto en toda su crudeza frente a esa poesía alucinada propia de ficciones como Apocalypse Now o La delgada línea roja. Por si alguien dudara de que lo que se cuenta ocurrió, el viaje al corazón de las tinieblas concluye con imágenes reales del horror. El horror…
JUAN G. ANDRÉS