"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
A diferencia del cine estadounidense, donde abundan los clásicos, y las generaciones intermedias, y los independientes, o del cine europeo en general, dividido por movimientos, corrientes y etapas (expresionismo, neorrealismo, modernidad, nuevos cines, Dogma), el cine japonés en particular resulta más difícil de analizar y concretar desde una perspectiva histórica. Durante décadas fueron solo dos los cineastas clásicos a estudiar, Kenji Mizoguchi y Yasujiro Ozu. Después se les sumó Mikio Naruse, gracias a la retrospectiva que le dedicó San Sebastián en 1998. De las generaciones intermedias solamente se hablaba de Akira Kurosawa. Del nuevo cine japonés de finales de los cincuenta solo parecía haber un nombre, Nagisa Oshima, pero se le consideraba una rareza radicalizada y no había una perspectiva general sobre su obra en nuestro país, donde solo se han estrenado ocho largometrajes de los veintitrés que realizó entre 1959 y 1999. Después llegarían Shohei Imamura, y más tarde Takeshi Kitano, Kore-eda, Takashi Miike o Naomi Kawase, pero siempre fragmentados, a destiempo, sin verdadera repercusión salvo casos aislados. En el limbo (más allá de los festivales) quedarían personalidades tan concluyentes como Seijun Suzuki y Koji Wakamatsu. Dejemos aparte el anime.
Cada uno tuvo su momento de esplendor. A Kurosawa le tocó con Rashomon. Imamura lo logró con La balada de Narayama. Kitano con Hana-Bi (Flores de fuego). ¿Y Oshima? A su pesar, porque no es su película más definitoria, con El imperio de los sentidos, el filmeescándalo por excelencia de los setenta junto al Salo de Pier Paolo Pasolini y La grande bouffe de Marco Ferreri y el tango de Bertolucci. El amor llevado al límite, el sexo y la muerte, el orgasmo y la castración… la impunidad de la censura.
Por aquel entonces, Oshima ya había recorrido muchos estilos cinematográficos. Cuando hizo El imperio de los sentidos –y después la internacional Merry Christmas, Mr. Lawrence: listo lo era, coger a David Bowie de protagonista de una historia de atracción homosexual cuando era el gran icono andrógino del rock tras superar la fase glam–, dominaba a placer los mecanismos de un arte que revolucionó constantemente. Lo más perdurable de su obra es que supo hacer un cine políticamente combativo con las herramientas estilísticas más radicales, reinventándose película a película, utilizando elementos del teatro de vanguardia japonés, de las nuevas olas cinematográficas europeas, del documental. El cine, en definitiva, como arma arrojadiza.
Oshima falleció el 15 de enero de 2013, semanas después de que San Sebastián anunciara esta completa retrospectiva de su obra de ficción y varios documentales (precioso el dedicado a su madre, Kioto, My Mothers Place). Posiblemente haya colas para ver o volver a ver El imperio de los sentidos y El imperio de la pasión, pero conviene dejarse llevar también por propuestas tan honestas, firmes y descarnadas como Night and Fog in Japan, The Catch –según la obra de Kenzaburo Oé–, Los placeres de la carne, The Ceremony o Hermana de verano. Nunca el cine y la revolución, en el sentido amplio de este término, casaron tan bien.
QUIM CASAS