"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
En 1936, Georges Bataille, artista escritor y poeta filósofo, fundó la sociedad secreta Acéphale, para cuya puesta de largo planeó un sacrificio humano ceremonial y vinculante. La propuesta encontró varias víctimas voluntarias, pero no hubo manera humana de encontrar a alguien dispuesto a ejercer de verdugo.
De alguna manera, Oshima ha estado siempre muy hermanado en sus modos a aquellos heterodoxos franceses escupidores de curas que alborotaron el siglo pasado con sus literaturas tan bien templadas de furia. Y no lo está tanto en su hambre de vanguardia como en su naturaleza fascinada por los motores más profundos del hombre y por su puesta en común. Tres títulos más, abrochando los tumultuosos años sesenta, no hacen más que reafirmarnos en esa idea.
En Nihon shunka-ko (1967), película nevada y turbia, cuatro estudiantes se presentan a los exámenes de ingreso a la Universidad de Tokio y quedan prendados de una muchacha sobre la que emiten fantasías de violación. El tono del curso lectivo se da en las citas directas a D. H. Lawrence o a Henry Miller, y lo que empieza cantando va a terminar –y aquí no hay spoiler– en inevitable coda trágica.
Kaette kita yopparai (1968), además de un título bellísimo (“Tres borrachos resucitados”), es una película reversible donde se practica el enredo a partir de la ojeriza bidireccional entre Japón y Corea. Los peones del cineasta, de nuevo universitarios, están ahora en la vacación, y el intercambio de su ropa con la de unos coreanos desertores le va a dar en bandeja la comedia enrarecida y cruel.
Shinjuku dorobo nikki (1969), que tira líneas de tensión hacia las articulaciones de la Nouvelle Vague, es una suerte de glosa y homenaje a Jean Genet a partir de la anécdota de un ladrón de libros y una empleada que irán viendo sublimado el núcleo sexual y libertario de su relación hasta la representación teatral.
El racismo, los símbolos, el deseo, la voracidad del aprendizaje, la identidad, la consecución de la denuncia… Todo el cine de Oshima es cine político y por tanto cine en construcción. De cada una de estas tres películas, todavía previas al Oshima de fama internacional, emana un algo de performance, un aroma a happening situacionista. Ninguna de ella tiene ínfulas monumentales, pero vistas hoy todas parecen cuajadas como monumento, uno que concita con intuición y sabiduría a las víctimas y a los verdugos del sacrificio, ambos como parte indispensable de la misma bestia abyecta y frágil que formamos todos.
RUBÉN LARDÍN