"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
La década de los setenta se va abriendo en el cine de Nagisa Oshima de una manera muy paulatina, a través de la práctica de diferentes géneros y la experimentación a través de distintas formas expresivas y representacionales que culminaron en su icónica El imperio de los sentidos (1976). Pero antes de eso, el director continuó desde diferentes ángulos ofreciendo una mirada metafórica en torno a la sociedad de su tiempo y a las diferentes heridas que todavía quedaban sin cicatrizar después de la guerra. Después de sus rupturas formales en la etapa anterior, Oshima sorprendió con El muchacho (1969), filme casi de naturaleza neorrealista que nos ofrecía una perspectiva humanista a partir de la mirada de un niño totalmente indefenso frente a la vida que le había tocado vivir, al amparo de un padre despótico y estafador que le obligaba a sufrir falsos accidentes sin recibir a cambio ningún tipo de afecto que lo consolara. El director configura una crónica picaresca, casi a modo de road movie, teñida de tristeza e incrustada en un panorama tanto espacial como moral gris y desolador.
Por el contrario, con Tokyo senso sengo hiwa (The Man Who Left His Will on Film) el director egresaba al cine de guerrilla y de espíritu contracultural, lleno de urgencia, filmado a través de un estilo documental e imbuido por la modernidad cinematográfica en el que reflexionaba de nuevo sobre las relaciones entre política e imagen fílmica. Todo ese ambiente de frescura e inmediatez se quebró en su siguiente película, The Ceremony (1971), marcada por la rigidez, el ambiente claustrofóbico, los ritos ceremoniales ancestrales, la autoridad patriarcal y el peso de una serie de secretos familiares que proceden del pasado, de las anteriores generaciones y que terminan desembocando en las nuevas, quedando lastradas por un destino trágico. Un impresionante retrato de un modelo caduco que lucha por sobrevivir filmado a través de una puesta en escena magistral.
Si en The Ceremony ya latía el problema de la identidad (el protagonista procedía de Manchuria), en Hermana de verano (1972), vuelve a hacerse todavía más latente al estar ambientada en Okinawa, una isla con su propia idiosincrasia después de haberse convertido tras la Segunda Guerra mundial en territorio estadounidense. De nuevo el pasado se cuela en una intriga llena de equívocos, de enredos familiares, juguetona, mucho más fresca, con una estética muy setentera y con un tono de comedia que termina desprendiendo irónica amargura.
BEATRIZ MARTÍNEZ