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La vergüenza siempre paraliza, incluso a quienes tienen que cargar con un sentimiento de culpa heredado por acciones cometidas no por ellos, sino por sus antepasados. Ese es el conflicto que sostiene Die Lebenden (The Dead and the Living), la película que la prestigiosa realizadora austriaca Barbara Albert trajo ayer a concurso al Festival.
Esta historia sobre una joven que se pone a investigar el pasado de su propia familia tras descubrir que su abuelo fue agente de las SS y estuvo ejerciendo su labor en Auschwitz, “es una mezcla de vivencias personales y elementos ajenos”, según su realizadora, quien, no obstante, reconoció la fuerte carga autobiográfica que hay en su largometraje: “Con esta película busqué una especie de paz con lo que sucedió en mi propia familia donde esta cuestión de la culpabilidad estuvo latente. Durante muchos años ignoré lo que había hecho mi abuelo hasta que descubrí unos vídeos que estaban en posesión de un tío mío
que siempre había pasado por ser la oveja negra de la familia”. En este sentido el personaje protagonista, Sita, funciona como alter ego de la propia directora.
Anna Fischer, protagonista del filme, cree que su generación “siempre se ha debatido
entre el hastío que puede llegar a producirnos todo el tema del nazismo y un sentido de la
responsabilidad que nos lleva a querer saber lo que ocurrió y por qué ocurrió, para que cosas así no vuelvan a suceder”. La directora, por su parte, cree que “ha sido necesario que pasen dos generaciones para ir derribando tabús acerca de este tema. Para los hijos de aquellos que tuvieron alguna responsabilidad en el nazismo resulta muy difícil afrontar lo que hicieron sus padres. Para los nietos es algo más asumible porque ya hay una cierta distancia”.
De ahí que, según Barbara Albert, el verdadero conflicto que vertebra la película no sea
el de Sita con su abuelo sino con su padre, quien deseoso de pasar página siempre ha ocultado a su hija información sobre su propia familia. “Sita finalmente perdona a su padre por este hecho pero no a su abuelo porque es difícil perdonar a quien no se siente culpable”.
De esta manera Die Lebenden es un filme que, según sus responsables, tiene un doble
objetivo. Por una parte, dirigirse a una audiencia joven, ya que según dijo la directora “tanto
en Alemania como en Austria se dan ahora mismo algunas iniciativas interesantes en este sentido como la de juntar a descendientes de víctimas y de verdugos para intercambiar puntos de vista”. Pero por otro lado, la película también pretende ser una llamada de atención para que esa población joven dialogue con sus mayores: “Quedan
pocos supervivientes de aquellos años y es una pena no poder recabar sus testimonios.
Yo, desgraciadamente, llegué tarde, mi abuelo falleció antes de que pudiera preguntarle sobre ello”.
La película, rodada en cuatro países (Austria, Alemania, Rumanía y Polonia), conoció
un desarrollo de casi nueve años desde la primera versión del guion, según reconoció su directora. Por su parte, el productor del filme, Bruno Wagner, dijo que fue difícil financiarlo dado que “muchas de las productoras tanteadas, sobre todo en Alemania, manifestaron sus dudas”.
J.I.