"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Hay un momento –que se hace eterno– en la vida de todos los hombres en que saltar al ruedo del apareamiento es prioridad existencial. No es amor, se llama obsesión, y el asunto es canela en rama para el humor porque ningún otro retrata más ni mejor ni con tanto júbilo nuestro punto más débil, el más vergonzante. En este sentido, si nos ponemos puristas y vulgares para la ocasión, la comedia norteamericana absoluta y quinta-esencial sería la de mojar el churro. La de pillar cacho, zorregar el trompo o meter la berenjena en caliente. Hay muchas maneras de decirlo, y se trata de una empresa que la tribu siempre va a estar dispuesta a jalear. Para más claridad, American Pie.
American Pie va a al grano pero también va a la paja. Es una de esas películas con el baile de graduación como norte, con protagonistas que anhelan perder la virginidad mientras intentan gestionar un deseo espantoso que los desaloja de sí y los capacita para el papelón. Y ya desde su título, que refiere a la mítica canción de Don McLean, es himno al tiempo perdido, a la fiebre ilimitada y a toda aquella torpeza durante la temporada de caza.
Juvenil y euforizante, con Jason Biggs como hallazgo y con su padre como guinda de un
reparto decididamente eficaz, la película llegaba para recoger el testigo de Porky’s (Bob Clark, 1982) y conquistaba el nuevo siglo como saga titular de su género.
R.L.