"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
A finales de los noventa, el auge de un gore burlón y la celebración del splatstick, tan
frecuentes en esa década, así como el establecimiento de un thriller cínico y de grafismo
atrevido (Tarantino ya campaba a sus anchas), tenían familiarizado al público con la violencia más desbocada y habían aceitado el engranaje de la industria como para que ambos encajasen sin aspavientos según qué desafíos.
El guion que propuso el actor Peter Berg, a quien por entonces habíamos visto en La última seducción (John Dahl, 1994) o en Copland (James Mangold, 1997), entre otros títulos, llegaba con dos rebeldes de Hollywood en cartel: Cameron Diaz vestida de novia y Christian Slater enarbolando una motosierra. Aquello olía a comedia sardónica de cepa más o menos realista, de las que Europa había planteado treinta años atrás ya con flema
británica o crudeza francesa, y se le adivinaba un mordiente impropio del nuevo mundo. Pero es que Berg iba a por todas en la que iba a ser su ópera prima como realizador; las sospechas se confirmaron y el invento, contra muchos pronósticos agoreros, resultó funcionar.
La tragedia en que culmina la despedida de soltero que celebran cinco amigos en una
habitación de hotel es la premisa sobre la que se constituye este embrollo que primero parece de situación, vira a la peripecia y pronto se reformula, cenizo, como desesperada historia de ética y conciencia donde arpías, psicópatas y peleles porfían en sus angustiadas existencias. Pero que nadie se confunda: aunque su premisa de alcohol,
putas y cocaína induce a ello, no cabe hacer lectura reaccionaria o moralista de este crimen y castigo alucinado que Berg va corrigiendo sobre la marcha, despistándonos el discurso y entonando con maña y arrojo el dificilísimo compás requerido hasta la tesis de horror matrimonial que engoriló a tantos y descompuso a otros cuantos, críticos y peatones, tras su presentación en el Zinemaldia de hace tres lustros.
Peter Berg se propuso mostrar el reverso macabro de las comedias románticas y encaró la tarea a bocajarro, sin melindres, erigiéndose su película en una sátira histérica que –amparada en unas estupendas interpretaciones– radiografía someramente el ecosistema
de la clase media y no se priva de tirar con bala hacia neocones, liberales y fauna satélite. Very Bad Things es un señor resacón en Las Vegas que pone de manifiesto que la miseria moral se lleva muy dentro y es cosa de todos.
R.L.