"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
El director guatemalteco Julio Hernández Cordón recala en Donostia con Las marimbas del infierno, título que hace referencia a un inusual grupo de música que fusiona la marimba, instrumento tradicional de Guatemala, con el heavy metal. Hernández no es nuevo en Zinemaldia, ya que hace dos años le otorgaron el premio Horizontes por su primer largometraje, Gasolina, y un año antes obtuvo varios premios en Cine en Construcción.
En Las marimbas del infierno, su segunda película, el director guatemalteco se sirve del grupo de música para narrar la historia de sus dos integrantes y un adolescente que se une a ellos. Según explica, esta obra “me sirvió de pretexto para hablar de lo que para mí significa crear en Guatemala”. Cuenta que “los espacios son muy reducidos allá y hay una diversidad de creadores, porque obviamente el marimbista con el roquero no tiene nada que ver, pero ambos tienen un contexto bastante similar. Eso fue lo que me atrajo”. Aun así, detalla que su objetivo principal era contar la historia de los tres personajes principales, que en cierta manera se interpretan a sí mismos: “Cuando don Alfonso (el marimbista) me contó que estaba siendo extorsionado por la mara me conmovió sobremanera”, asegura. Relata que, aunque la idea inicial era la de hacer un falso documental, ante la negativa de Alfonso Tuche optó por hacer una película de ficción en la que se palpara la identidad de los tres personajes: el propio Alfonso; Blacko, un médico que tiene un grupo de heavy metal y es rechazado en su consulta por su aspecto rudo; y Chiquilín, estudiante de cine “del que oí hablar mucho, pues es un experto en escaparse de los centros de rehabilitación”.
Sobre el rodaje, cuenta que “lo planteé como un juego, si salía bien perfecto y si no salía, pues no pasaba nada. Alquilamos una furgoneta y dimos vueltas por la ciudad con los actores, hasta que veía una locación que me gustaba. Como llevaba efectivo, alquilábamos el local para un par de horas y grababa con una cámara de fotos que tenía una función de vídeo HD”. Tras la experiencia, Hernández asegura que “fue sumamente guerrillero y me siento orgulloso de que una película así pueda estar en un festival de este nivel”.
Amalur ARTOLA