"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
En una escena de Tough Guys (Otra ciudad, otra ley, 1986), un envejecido Burt Lancaster amenaza a su interlocutor mostrándole su enorme dentadura y mordiendo al aire. Un gesto, o un autohomenaje, para “connaisseurs”: los dientes de Lancaster, sonriendo, carcajeando (generalmente con la cabeza inclinada hacia el cielo) o apretándolos con furia en las escenas de sudor o de dolor, siempre tuvieron un protagonismo especial en su dinámica gestualidad (Lancaster era, como James Cagney o Richard Widmark, uno de esos titanes que, dominando el cuerpo, controlaban el lenguaje del cine). No eran dientes equinos como los de Fernandel, sino bellos, majestuosos, robustos.Ylos lucía como un tesoro más de su anatomía: en Veracruz (1953), se los limpia con el dedo pulgar recién mojado en una pecera y los exhibe como John Holmes exhibía lo que ustedes ya saben.
Boca, dentadura, mandíbula: el triunvirato facial que articula su poderosísima interpretación en Elmer Gantry (El fuego y la palabra, 1960), probablemente la obra maestra de Richard Brooks. El guionista y director era ya por entonces el “gran adaptador” de pesos pesados de la literatura, y aquí lidió con Sinclair Lewis, condensando su novela homónima escrita en 1927 pero manteniendo su espíritu satírico incólume. Elmer Gantry es una mordaz crítica al fundamentalismo religioso cuyo protagonista (Lancaster más mordedor que nunca, un tifón en perpetuo movimiento) es un embaucador, un fanfarrón, un charlatán de feria que viaja de pueblo en pueblo del corazón de Estados Unidos seduciendo con su verborrea a los feligreses. Por su abrasiva interpretación, Lancaster ganó el único Oscar de su dilatada carrera; otras estatuillas recayeron en la espléndida Shirley Jones (mejor secundaria) y en Brooks por el guión adaptado.
Obviamente, no es la dentadura, sino la calva el rasgo físico esencial de Yul Brynner. Su destello brilló en producciones señeras de los años 50 y 60, y si los papeles eran exóticos (el pájaro nació en Siberia de padre mongol), miel sobre hojuelas. Como el Dimitri de The Brothers Karamazov (Los hermanos Karamazov, R. Brooks, 1958), temeraria adaptación de la novela de Dostoyevski salvada por la tempestuosa ferocidad de su puesta en escena (perfecto correlato al diluvio de pasiones, odios, culpas y arrepentimientos que jalonan la trama), su incendiaria fotografía (de John Alton, el mismo de Elmer Gantry) y el notable elenco: Brynner comparte cartel con una Maria Schell tan sonriente como deletérea (sensualísimo su primer beso en la pista de patinaje, al minuto de conocerse), un Lee J. Cobb robaescenas y, cardenalicio bocado para mitómanos catódicos, Richard Basehart y William Shatner antes de montarse, respectivamente, en el Seaview y el Enterprise.