"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
“En los sueños se mata impunemente. Tokio no es más que un sueño y nosotros vivimos dentro”. A partir de esa sentencia extraída de Bullet Ballet se puede deducir parte de la filosofía existencial que palpita en las películas de Shinya Tsukamoto: la ciudad como generadora de pesadillas se sitúa como un ente enfermizo que sumerge a sus habitantes en procesos psicóticos que los conducen a la locura.
Bullet Ballet se inicia con el inexplicable suicidio de una joven. Su novio (Shinya Tsukamoto en su faceta de actor), desolado, iniciará un descenso a los infiernos de la culpa a través de la tortura psicológica que lo llevarán a obsesionarse con el instrumento empleado por ella para morir: un arma de fuego. Desde la aspereza y suciedad visual de un blanco y negro metalizado, Tsukamoto nos introduce a través de sus imágenes en la estética de la autodestrucción. Con su habitual agilidad narrativa y a través de una cámara hiperactiva que parece escupir los fotogramas como si fueran los disparos de una ametralladora, el director nos sumerge en el submundo de las bandas juveniles callejeras donde las drogas están a la orden del día y la vida no vale nada; un ambiente suburbial fantasmagórico y espectral donde los personajes se dejan llevar por la violencia como medio de supervivencia. Dentro de ese paisaje nuestro protagonista buscará venganza. No se sabe contra quién, quizás contra sí mismo. Quizás por eso trasmiten tanta rabia y desesperación las imágenes de Bullet Ballet. Tanto odio.
Sin embargo, es curioso cómo poco a poco toda esa pulsión esquizoide se va transformando en experiencia catártica que conduce a la propia liberación. Tsukamoto realiza uno de los ejercicios visuales más radicales y apasionantes de su carrera imbuido por una libertad creativa total. Nos habla del desconcierto contemporáneo, de la frustración cotidiana y reflexiona acerca del sentimiento de pérdida posterior a la muerte de la persona amada, algo que terminaría de perfilar en la estupenda Vital (2004). Bullet Ballet es un filme tortuoso y convulso, es verdad, pero también resulta paradójico que, en medio de tanta muerte y violencia, las últimas imágenes del filme sean, precisamente, un hermoso canto a la vida y a la esperanza.
Beatriz MARTINEZ