"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Si Tyler Durden, en El club de la lucha (David Fincher, 1999), nos inició en la fabricación casera de toda clase de explosivos a partir del jabón; el protagonista de Makoto Kido (Kenji Sawada), un solitario profesor de ciencias en un instituto de secundaria, lleva la filosofía del “Háztelo tú mismo” hasta un punto tan absurdo como apocalíptico: “Fabriqué una bomba atómica, pero no sé lo que quiero”. Con un poder de destrucción que le convierte en el heredero espiritual de Godzilla, Makoto dista mucho de obrar como el mad doctor al uso, tipo Bela Lugosi en The Phantom Creeps (Ford Beebe, Cliff Smith, 1939). Por más que el cáustico e ingenioso guión de Leonard Schrader (Yakuza, Mishima) y de su director, Kazuhiko Hasegawa, beba directamente, aun a riesgo de violentar la suspensión de la incredulidad del posmoderno espectador, de las fuentes del serial, Louis Feuillade a la cabeza.
Lejos de los delirios de grandeza y exigencias pecuniarias astronómicas de Scorpio en Harry el sucio (Don Siegel, 1971), el carácter indeciso y abúlico de Makoto le lleva a delegar sus demandas en los oyentes de un programa radiofónico. Practicando, sin pretenderlo, un terrorismo contra-cultural al conseguir el firme compromiso de las autoridades para que The Rolling Stones, banda non grata en Japón por su apología de las drogas (sic), actúe en Tokio. ¿Sympathy for the devil? Con razón ante semejante panorama, el secretario del primer ministro, todo solemne, exclama: “Las personas no necesitan bombas atómicas. Sólo las naciones las necesitan”.
En el fondo, y a pesar de su aparente superficialidad y ligereza, el discurso subyacente en The Man Who Stole the Sun entronca con el de Bullet Ballet (Barreto Baree, 1998). Para Shinya Tsukamoto, Tokio es un estado onírico en el que se puede matar con total impunidad; Kazuhiko Hasegawa, veinte años antes, ve las calles de la capital japonesa como una ciudad muerta, por lo que “matar a un muerto no es crimen”.
Ignacio HUIDOBRO