"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Casi formando un díptico con Distant Voices, Still Lives (Voces distantes), la tercera película de Terence Davies, estiliza al máximo la personalísima evocación del pasado, los recuerdos y las vivencias íntimas emprendida por el director británico. La familia vuelve a ser el escenario principal de un argumento construido como retazos de la memoria e impulsos sentimentales, que tienen el cine y las canciones como refugio para el espíritu melancólico de un chaval en el Liverpool obrero de los 50.
Un plano de una calle lluviosa abre El largo día acaba con uno de los travellings tan característicos de Davies: pocos han logrado como él traducir ese movimiento de cámara en pura emoción. La imagen es grisácea y triste, pero en la banda sonora suena la aterciopelada voz de Nat King Cole (antes de que Won Kar Wai lo hiciera suyo) en una interpretación de Stardust que parece evocar momentos maravillosos. La cámara se dirige hacia el interior de la casa. La familia en un día cualquiera, de esos que con el paso del tiempo se convierten en momentos añorados. Bud es un chico tímido y solitario en un universo femenino, con un padre ausente porque el propio Davies necesita borrar a su verdadero y maltratador padre. Bud encuentra en el cine un bálsamo para los miedos e incertidumbres de cada día, y Terence Davies utiliza la cadencia de la cámara deslizándose para mostrar un estado de ánimo, una forma de expresión de ese niño callado y melancólico. En El largo día acaba Davies es capaz de resumir todos los sentimientos de Bud con un elaboradísimo movimiento de cámara que une en total simetría los espacios de la escuela, la calle, el cine y la iglesia, envueltos en una de las maravillosas canciones de los años 50 y 60 tan queridas por Davies: Tammy cantada por Debbie Reynolds. Una evocación del esplendor del Hollywood de la época, desde la gris existencia de un niño en un barrio inglés sin perspectivas.
Entre el realismo y la ensoñación, entre la sofisticación máxima de la puesta en escena y la crudeza de algunos recuerdos siempre alejados del sentimentalismo, Davies va marcando una cadencia subyugante, que parece unir el ritmo de la música, el de la cámara y el de la memoria en un mismo tempo. Pero nada tiene que ver el estilo de Davies con los habituales musicales y sus celebraciones festivas. Aquí las canciones tradicionales como “She Moves Through the Fair” y las voces de Doris Day y Judy Garland son ecos de deseos insatisfechos y de las voces que un día llenaron los pasillos y habitaciones de una casa, las calles de un barrio. Davies no necesita de grandes acontecimientos para conmover al espectador: unos niños que observan un anochecer y los planos de las nubes sobre la canción que da título al film, le bastan para crear uno de los momentos más conmovedores del cine contemporáneo.
Ricardo ALDARONDO