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En cierta forma, Tokyo Sonata es la historia de una catarsis, de la destrucción y del posterior resurgimiento de una familia tradicional japonesa, de unos hechos cotidianos que por causa del azar alcanzan un punto de dramatismo, pero sin llegar a la desesperación. Y todo, la muerte y la reconstrucción del núcleo familiar, sucede sin ruido, sin estridencias, de una forma natural, lo que indica, entre otras cosas, que Kiyoshi Kurosawa ha contado con un excelente guión.
El arranque de Tokyo Sonata recuerda a L’emploi du temps, la película de Laurent Cantet basada en hechos reales y en la que un hombre hace creer que va todos los días al trabajo, cuando simplemente se limita a pasar las horas sin hacer nada. Pero en este último caso el desenlace era bastante más dramático que en el de la película de Kurosawa, donde, además de un final más optimista, hay unos cuantos toques de humor. Por otra parte, aquí no es el padre de familia el único al que le van mal las cosas desde el principio; los dos hijos tampoco parecen estar muy a gusto en el ambiente familiar, ya que el mayor casi ni se molesta en pasar por casa, y al pequeño, un chaval lleno de sana rebeldía, su padre le prohíbe estudiar piano, su verdadera vocación. La única que parece sentirse a gusto en su piel es la madre, pero, como es natural, terminarán por afectarle los malos rollos del marido y los hijos. Y no es extraño; a ver quién no acaba tocado con un marido que te hace creer que va al trabajo y se queda deambulando por la calle, un hijo que quiere irse a luchar con los marines norteamericanos en Irak y otro hijo que roba el dinero para aprender lo que sus padres le han prohibido.
Las situaciones absurdas se irán complicando poco a poco hasta límites que rozan el absurdo, pero siempre bien manejadas por el director. Además de contar la debacle de esta familia, Tokyo Sonata describe una sociedad japonesa muy distinta de la que siempre nos habían mostrado; en Occidente siempre se había pensado que en Japón no existía el paro, que los trabajadores estaban ligados a la misma empresa desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte y que los empleos eran prácticamente hereditarios, que los hijos respetaban y veneraban a sus padres de forma exagerada, y que el orden y la ley imperaban en el país sin necesidad de ningún tipo de represión. Pero no es así: la crisis –la anterior a esta última– llegó hace tiempo al mercado de trabajo nipón, y la globalización ha cambiado de una forma importante la forma de pensar y de ser de gran parte de la juventud. El país es otro, pero probablemente todos los países han cambiado en unos pocos años más que en siglos de historia. Por lo general, ningún tiempo pasado fue mejor, y además, como muestra esta película, siempre hay una posibilidad de regeneración, de resurgir de las propias cenizas y salvar al menos una parte del mobiliario.
M.B.