"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
¿Es posible que el primer cortometraje de un director, su balbuceante debut con una cámara, contenga ya todas las esencias de las películas que hará en los siguientes 30 años? La respuesta es sí, clara y rotundamente, en el caso de Terence Davies. El director británico no tenía ninguna experiencia en la técnica de hacer películas, aunque sí muchísima en el placer de verlas, cuando acometió su primer largometraje (o mediometraje en realidad: dura 46 minutos), con el título de Children. Aún estaba estudiando y aprovechó un verano y una beca del British Film Institute para entrenarse como cineasta por pura intuición, por pura necesidad. Como quien esboza una poesía en una cuartilla sin saber por qué ni para quién lo hace. Children fue el primero de una serie de tres filmes cortos: los siguientes se titularon Madonna and Child y Death and Transfiguration.
Los tres cortos se agruparon enseguida con el título de The Terence Davies Trilogy (1981) pero el resultado no es simplemente una cómoda concatenación, sino un largometraje de total coherencia entre sus tres segmentos, que describen algunos de los dilemas del proceso de la vida del ser humano y, sobre todo, de los fantasmas, preocupaciones y sensibilidades de Terence Davies. Un cineasta dando sus primeros pasos, pero con un lenguaje y un estilo ya absolutamente personales. En Trilogy, filmada en un austero blanco y negro, emergen de pleno todas las constantes del cine de Terence Davies: la autobiografía disfrazada de ficción, la evocación de la memoria entre la añoranza y el dolor, el paso del tiempo y la amenaza de la muerte, la presión del padre maltratador, la religión como tormento, el descubrimiento perturbador de la homosexualidad, el cine como liberación y las canciones que en combinación con las imágenes alcanzan lo sublime. También el rechazo de Terence Davies de la narrativa convencional (aunque en La biblia de neón y La casa de la alegría se acercó a ella), para construir sus películas con los mecanismos incontrolables de la memoria y el recuerdo, y con el empuje de los sentimientos, más que de la razón.
Trilogy es el preludio, más duro y crudo, de las obras maestras de Terence Davies que llegarían a continuación, Distant Voices, Still Lives (Voces distantes) y The Long Day Closes (El largo día acaba). Las etapas de la vida de un hombre, Tucker, van describiendo la ilusión, la melancolía, el miedo, el deseo, la culpa, la frustración y la decadencia en imágenes de una rara belleza, y de una carga emocional enorme a pesar de, o quizás gracias a su sencillez y contención. La música ya aparece, aunque no con la intensidad de las obras posteriores de Davies, para aportar un contrapunto reconfortante al crecimiento de un niño asustado, marcado por la escuela, la religión y un padre odioso, en ese Liverpool de los años 50, el lugar y el tiempo al que la memoria de Terence Davies vuelve una y otra vez. Mientras suena The Ballad of Barbara Allen, el niño mira por el cristal y llora en solitario: es una de las imágenes de Trilogy que reflejan por sí solas toda la personalidad y la fuerza expresiva de Terence Davies.
Ricardo ALDARONDO