"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Yoshitaro Nomura (1909-2005) fue un cineasta que nunca tuvo la misma repercusión internacional que otros paisanos suyos, pese a que sus películas fueron bien populares en Japón. Puede que se deba a que buena parte de su carrera se centró en géneros locales que no se exportaban tan fácilmente como las películas de época de Kurosawa y Mizoguchi o los dramas domésticos de Yasujiro Ozu. Con una fecunda filmografía donde abundan los melodramas, Nomura, sin embargo, ha pasado a la historia del cine ja ponés como uno de los mejores cultivadores del género policíaco, hasta el punto de que a veces se le ha considerado como la versión nipona de Alfred Hitchcock.
Nomura formó un fructífero tándem con el periodista de sucesos, novelista y guionista Seicho Matsumoto, uno de los más célebres autores de literatura policíaca en Japón. Juntos urdieron inolvidables relatos policíacos como The Shadow Within (1970), El castillo de arena (1974) o El demonio (1977), así como dos de las películas incluidas en la retrospectiva Japón en negro, Stake Out (1957) y Zero Focus (1962). El estilo de Nomura se basa en la sabia idea de que el film noir es, ante todo, cuestión de atmósfera: en sus intrigas policiales la climatología siempre tiene una gran importancia, con esos policías que deben combatir el delito con las camisas empapadas en sudor. El brillante comienzo de Stake Out es prueba de esa minuciosa descripción de ambientes durante un largo viaje en tren donde el único alivio lo produce un pequeño ventilador en el techo. Un hábil tratamiento del espacio es también otro ingrediente elemental en el cine de Nomura: casas y escenarios apacibles, retratados con una franca cotidianeidad terminan siendo los rincones en que se gesta el crimen.
Zero Focus también se inicia en una estación de tren, donde la protagonista se despide de su esposo, con quien acaba de contraer matrimonio. La extraña desaparición de éste será el inicio de un largo periplo donde, otra vez, la atmósfera es condicionante: no se trata esta vez del opresivo calor, sino un cielo plomizo y un mar invernal que envuelven el relato en un desolador clima de fatalismo. La investigación de la joven sacará a la luz viejos rencores y esqueletos en el armario, prueba palpable de que, en las mejores películas de Nomura y Matsumoto el crimen no es tanto un gesto de maldad como un grave e irreversible error de cálculo. Por mucho que sus historias traten sobre la persecución y erradicación del delito, siempre queda en ellas un poso de amargura que impide cualquier gesto de triunfo y termina lanzando un gesto compasivo hacia unos criminales que, en el fondo, son también víctimas. Quizá, como buen cronista de sucesos, Matsumoto sabía que el crimen no es obra de seres extraordinarios, sino una terrible flaqueza humana. Y en Nomura encontró el cómplice ideal para poner en escena una serie de ficciones policiacas que dejaban de lado los estereotipos para retratar, ante todo, seres humanos.
Roberto CUETO