El delito es, mal que nos pese, un asunto universal. Por eso, aunque ciertas geografías hayan sido especialmente fructíferas a la hora de ofrecer un potente imaginario literario y cinematográfico en torno a tan escabroso tema, es evidente que puede ser fácilmente trasplantado a cualquier realidad local. Sus intereses son bien comunes a cualquier lugar donde se hayan juntado un puñado de seres humanos: corrupción, ambición, asesinato, pasión… Como es lógico Japón no iba a ser una excepción. O casi podríamos decir que tenía el terreno más abonado que otros países: al fin y al cabo, hablamos de una sociedad que salió del hermetismo feudal hace apenas 140 años y que se lanzó con voracidad a las convulsiones del mundo moderno; que sufrió el raro y no deseado privilegio de ser la primera civilización víctima de la guerra atómica; que se levantó de sus cenizas para alcanzar un milagroso boom económico; que es hoy paraíso de la alta tecnología y también último reducto de viejas tradiciones… El siglo XX japonés fue escenario del choque cultural con occidente y de un fulgurante desarrollo económico, lo cual implica también su imagen en negativo: todos sabemos que el delito, en sus múltiples formas, de las más toscas a las más imaginativas, es consustancial al crecimiento de las sociedades modernas.
Ese universo de crimen quedó plasmado en el cine japonés desde muy pronto, tanto a través de manifestaciones muy locales de la delincuencia (como las cintas sobre los bakuto,o jugadores errantes) como mediante la importación de géneros americanos como las películas de gángsters (que inspiraron a varios cineastas del período mudo). En realidad, la historia del género en Japón siempre se ha basado en la hibridación de todo tipo de influencias externas (el film noir clásico, la novela policíaca, el cine de acción de los años 70, el cine sobre la Mafia…) con ingredientes autóctonos que confieren a estas variantes locales un sabor especial, único.
Influencias externas
El ciclo Japón en Negro propone un recorrido a lo largo de setenta años de historia del género, desde el cine mudo hasta la obra de los más deslumbrantes talentos surgidos en la última década. En él se reúnen las más variopintas aportaciones al género de importantes cineastas: grandes clásicos como Akira Kurosawa, Yasujiro Ozu, Shohei Imamura o Nagisa Oshima; prolíficos maestros del género como Seijun Suzuki, Yasuharu Hasebe, Shunya Ito o Kihachi Okamoto; y otros nombres menos populares que serán auténticos descubrimientos para el público español: Hideo Suzuki,Yoshitaro Nomura, Sadao Nakajima… No faltan tampoco las contundentes renovaciones de los códigos genéricos que han propuesto cineastas de la talla de Kiyoshi Kurosawa, Masato Harada o Kaizo Hayashi.
El ciclo reúne todo tipo de propuestas. El yakuza eiga, el equivalente nacional al cine de gángsters occidental, fue sin lugar a dudas la manifestación de cine criminal más fecunda y popular en Japón, y estará representado en la retrospectiva en sus dos variantes: el ninkyo eiga (o “película caballeresca”) y el jitsuroku eiga (o “película de crónica real”). Las primeras tienen como protagonistas a héroes trágicos que recuerdan más a los samuráis que a los mafiosos occidentales: hombres leales al jingi (código de honor) de su clan, capaces de sacrificar todo lo que tienen por la obligación contraída con su oyabun (jefe), escindidos entre el deber y sus sentimientos personales. El yakuza que, con su espalda tatuada y katana en la mano, se enfrenta en un duelo a muerte a sus enemigos es un icono tan poderoso para el imaginario nipón como pueda serlo el detective con gabardina y sombrero o el cowboy solitario para el occidental. El escritor Yukio Mishima, gran admirador del yakuza eiga, comparaba esos relatos con las grandes tragedias griegas. Esa idealización caballeresca del mundo de la delincuencia quedó defenestrada en la década de los 70 con el jitsuroku eiga, un tipo de película que usaba técnicas similares a las del documental para sacar al yakuza de su universo mítico e insertarlo en la reciente y traumática Historia de Japón. Directores como Kinji Fukasaku, el iniciador de la tendencia con su famosa Battles Without Honor and Humanity, manejan estos relatos con un brío y endiablado sentido del ritmo. Y formidables actores como Ken Takakura, Koji Tsuruta o Bunta Sugawara daban vida en el yakuza eiga a los tipos más duros del star system japonés.
Roberto CUETO