"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Tras haber visto en directo a Tom Waits, creo que sólo me queda uno de los grandes que siguen vivos por ver en concierto, Neil Young. Me he tirado unas cuantas veces de los pelos por la tontería de no haber querido pisar en las inmediaciones de Madrid esa especie de circo del rock and roll que montaron el verano pasado, por unos prejuicios que me impidieron asistir a lo que, según todas las crónicas fiables, fue un excelente concierto del canadiense. Desde entonces habré escuchado no menos de cien veces “Living with War”, un álbum magistral hecho a base de rabia, como esta película que sigue a las leyendas de la música popular Crosby, Stills, Nash y Young en una gira contra la sinrazón en Irak o Afganistán, como ya habían hecho en su día para protestar por la guerra de Vietnam.
No sabría explicarlo con exactitud, pero cuando suenan los acordes de “Living with War” notas que la adrenalina va subiendo. No es una sensación nueva; ya me ocurría hace años con “Live Rust”, “Ragged”, “Weld” o “Mirror Ball”, discos que podía oír una y otra vez sin descanso durante una noche entera, bendiciendo esas guitarras eléctricas que te transportaban al cielo. Pero también aprendimos a apreciar en todo su valor al Neil Young más tranquilo, al de “Harvest” o “Prairie Wind”, sobre el que el presidente del Jurado Oficial de este año, Jonathan Demme, hizo el excelente documental Neil Young: Heart of Gold, que se pudo ver en el Festival.
Hace poco tuve ocasión de ver otra película sobre un músico que en su día también me marcó para siempre, Joe Strummer, vida y muerte de un cantante, y ahí estaban gentes como Jim Jarmusch, autor del documental Year of the Horse. Será una simple coincidencia, pero es curioso que en sólo un par de días haya tenido la oportunidad de disfrutar ante una pantalla con dos de los músicos que más nos marcaron a muchos de mi generación.
Recuerdo que un viejo conocido me dijo una vez, medio en coña medio en serio: "Yo soy un tío duro (ésa era la parte de coña), pero cuando Bob Dylan toca según qué canciones, no puedo evitar que se me salten las lágrimas”. Pues bien, yo también intento ser un tío duro, pero cada vez que Neil Young abre la boca y toca un acorde para maldecir la injusticia de la guerra me emociono y tengo que disimular para que mi reputación no se vaya al carajo. Ante una música de semejante intensidad y un compromiso cívico de tal magnitud, lo único que el cronista puede hacer es quitarse el sombrero y unirse a esta maravillosa expresión de rabia, además de rogar que un día de estos el mito aparezca sobre un escenario más o menos cercano y podamos estar allí.
M.B.