"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Es toda una experiencia revisar o ver por primera vez Buenos días, noche (2003), la inolvidable película de Marco Bellocchio, tras haber degustado Exterior noche (2022), la serie de televisión que él mismo filmó casi veinte años después, con idéntico asunto y propósitos quizá distintos. En ambos casos estamos en la Italia de 1978, en los “años de plomo”, y un comando de las Brigadas Rojas secuestra al presidente de la Democracia Cristiana, Aldo Moro, empeñado entonces en llegar a un “compromiso histórico” con los comunistas liderados por Enrico Berlinguer. Pero allá donde la serie hacía estallar los puntos de vista, pasando en cada capítulo de los secuestradores a la familia o a los miembros del gobierno italiano de aquel momento, el film no solo se concentra en los integrantes del comando, encerrados en un piso franco con su víctima, sino que estrecha aún más el cerco al adoptar la perspectiva de la única mujer, una bibliotecaria insegura y dubitativa desde cuya mirada lo vemos todo.
Ello permite a Bellocchio un par de cosas. Por un lado, esa mirada va más allá de la realidad que contempla, es la expresión de una subjetividad atormentada, en conflicto permanente con el mundo, que a veces toma la forma de sueños o espejismos, lo cual otorga a la película un tono onírico por completo alejado de cualquier tentación historicista o periodística. Por otro, el exterior se convierte en un microcosmos amenazador, cambiante, lleno de misterios, como si la protagonista (la enigmática Maya Sansa) fuera la heroína de un cuento infantil enfrentada a un universo maravilloso que no acaba de entender. En cualquier caso, Buenos días, noche es solo un fragmento aislado de una historia multiforme –que completarán después los otros fragmentos incluidos en Exterior noche–, la confirmación de que la filmografía de Bellocchio no depende tanto de unas cuantas películas independientes entre sí como de una red más extensa, que las abarca a todas: si hablamos de política italiana, hay que decir que este film, en el fondo, forma parte de un fresco más extenso que completarían Vincere (2009), Bella addormentata (2012), El traidor (2019) o la reciente El rapto (2023), películas que recrean diferentes contextos vistos como laberintos inextricables.
Pues si, para Bellocchio, eso que llamamos ‘política’ es una mera construcción del poder, la Historia no puede ser otra cosa que la alucinación que provoca. Por eso Buenos días, noche es una película que constantemente se entrega a la ambigüedad y la indefinición: desde el título, un verso de Emily Dickinson, hasta la banda sonora musical, que opone misteriosamente a Pink Floyd con Schubert, pasando por algunos fragmentos documentales utilizados como visiones o delirios de la atribulada brigadista, o por la desconcertante abundancia de primeros planos, el martirio de Moro es visto como algo que no puede ser real, que resulta literalmente “increíble” incluso mucho tiempo después. ¿Cómo contar los hechos históricos, entonces? Bellocchio no responde a esta pregunta, pero la hermosa, balsámica parte final confirma que la cuestión va más allá: si el sueño también puede servir para la sanación, ¿no será que el cine, como ocurre aquí, puede ser igualmente curativo?