"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
El director francés Arnaud Desplechin cuenta ya en su haber con una amplia filmografía en la que figuran títulos muy reconocidos, como Reyes y reina (Rois et reine, 2004), Un cuento de Navidad (Un conte de Noël, 2008) o Tres recuerdos de mi juventud (Trois souvenirs de ma jeunesse, 2015). Sin embargo, hasta ahora nunca había trabajado en el género documental. Lo hace en Spectateurs!, que llega a Donostia para competir en Zabaltegi – Tabakalera tras haber formado parte, fuera de concurso, de la selección oficial de Cannes.
Spectateurs! puede ser tomada como una carta de amor al cine, pero la reflexión que plantea Desplechin se preocupa más del otro lado de la ecuación: los espectadores. “Quiero devolver la dignidad al espectador de la sala de cine. Por eso, no es una película sobre los artistas o los autores, sino sobre los espectadores, porque a veces se trata al espectador de manera peyorativa, como si fueran algo pasivo. Pero no lo somos. Yo aquí me hago la pregunta: ¿en qué consiste la actividad del espectador?”.
Para ello, Desplechin hibrida documental con ficción, empleando declaraciones de espectadores, entrevistas, y multitud de fragmentos de películas de todas las épocas y diversas cinematografías, mientras paralelamente ficciona la vida de Paul Dédalus y la creación de su cinefilia desde niño hasta la madurez. “Es una especie de novela de aprendizaje. Pero yo no sé hacer documentales, así que necesito hablar de mí para hablar de los demás”, reconocía el director. Y también bromeaba: “Admito que hago trampas. Realmente no es tan autobiográfica en lo que respecta a las historias que le suceden al personaje de Paul. Utilicé las películas de Fantômas, o esa historia del cineclub escolar con la proyección de Las margaritas (Sedmikrásky, Vera Chytilová, 1966) como clichés. No me sucedió a mí. Lo que sí es mío es lo de mentir sobre mi edad para poder entrar al cine a ver Gritos y susurros (Viskningar och rop, Ingmar Bergman, 1972)”.
Porque en realidad, la película no se basa tanto en las películas propias de la vida de Desplechin. “Esta película no refleja mi cinefilia. Ni siquiera hay fragmentos de cine japonés, que yo adoro. Lo que quería era enseñar algo que nos pertenece a todos, una especie de juego poético con respecto al espectador general; investigar cómo descubre las imágenes entre la avalancha a la que estamos sometidos, y cómo le afectan”.
Así, la selección de las películas estaba muy meditada. “Estaba todo escrito de antemano. En mi guion había un fotograma de cada película que debía aparecer en cada momento. Tener tan cerrada esa decisión fue bastante pesadilla para los productores, por eso de pagar los derechos. Con una película como Minority Report (Steven Spielberg, 2002), había que pagar a la major, al director, a Tom Cruise, al especialista que dobla a Tom Cruise… Y por los derechos de El gran combate (Cheyenne Autumn, John Ford, 1964) tuvimos que batallar hasta tres días antes de la proyección en Cannes”.
Los motivos que han llevado a Desplechin a dar forma a este proyecto atípico en su filmografía tienen que ver, en primer lugar, con la pandemia: “La idea nació después del confinamiento, cuando temimos que no pudiéramos volver a ver cine en las salas, que éstas pasarían a ser algo de nuestro pasado. Creo que ese temor nos ha llevado a muchos directores a hacer películas para expresar que la experiencia del cine es irremplazable”. Y también hay un elemento generacional. “Supongo que también tiene que ver con la edad: quería ofrecer a las nuevas generaciones la opción de maravillarse por el cine”.