Pietro Germi es con toda justicia el director más repetido en la retrospectiva “Italia criminal”. Aunque reconocido popularmente por algunas de sus comedias, como Divorcio a la italiana, Seducida y abandonada y Muchas cuerdas para un violín, sus aportaciones al cine criminal son fundamentales para entender el policíaco italiano, entre post-neorrealista y costumbrista, de finales de los cuarenta y toda la década de los cincuenta. Cuatro son los pilares de esta aportación: Un maldito embrollo (1959) –proyectada también en la retrospectiva–, Juventud perdida (1948) y los dos títulos que aquí nos ocupan, In nome della legge (1949), película con la que nace oficiosamente el cine sobre la Mafia, y La città si difende (1952), cuya trama de base –el atraco de cuatro individuos a las oficinas de un estadio durante la celebración de un partido de fútbol y sus posteriores situaciones personales– antecede a la de Atraco perfecto, el film de Kubrick realizado en 1956 en el que se narra, con una estructura narrativa más sofisticada, el atraco a un hipódromo desde los puntos de vista de quienes lo han cometido.
Massimo Girotti, quien había sido el individuo a quien su amante convence para asesinar a su marido en Ossessione, y que en la citada Juventud perdida encarnó a un policía novato, da vida en In nome della legge a un también joven representante de la ley. Es el juez Guido Schiavi, de veintiséis años, destinado a la localidad siciliana de Capodarso. Guido baja del tren en una solitaria y misera estación donde encuentra al anterior y dimitido juez, que toma el tren en dirección contraria. Exceptuando al comisario de policía (Saro Urzi), el resto de las fuerzas vivas y menos vivas de la localidad son o bien corruptas o bien hacen la vista gorda y callan por miedo “La gente tiene sus costumbres y es necesario respetarlas”, le dicen a Guido en varias ocasiones. Pero él desempolva todos los expedientes archivados, se enfrenta a los caciques locales y cuestiona al clan mafioso liderado por un actor siempre portentoso, Charles Vanel, una especie de figura homérica mediterránea.
El film tiene cierto aire de western: el nuevo e idealista juez llega a la población para hacer prevalecer la ley, como lo intentaba el abogado James Stewart en El hombre que mató a Liberty Valance; incluso hay una secuencia con un discurso encendido que bien podría suscribir el mismo Stewart, pero en este caso no el del western de John Ford, sino el de las comedias sociales de Frank Capra. En Sicilia impera otra ley. La gente vestida siempre de negro, aunque vivan en casas pintadas de un blanco tan cegador como la tierra quemada por el sol, solo se revuelve cuando se queda sin trabajo. El vil Messina, uno de los mafiosos, besa a su amante, pero a quien desea es a la hija adolescente de ésta. Algunos se saltan las normas de los llamados hombres de honor para robar un par de mulas. El terrateniente del lugar recibe cartas amenazadoras y le roban animales. Para él la mafia ha terminado, lo que impera ahora es la delincuencia, en una forma muy gráfica de describir las diferencias de concepto criminal.
Al inicio, una voz en off asegura que “esta tierra, esta apartada soledad abrasada por el sol, es Sicilia, que no es solo el risueño jardín de naranjos, olivos y flores que vosotros conocéis o creéis conocer, sino también una tierra yerma y quemada, hombres habituados a hábitos ancestrales que el forastero no alcanza a comprender.Un mundo misterioso y espléndido de una trágica y áspera belleza”. Así es la Sicilia que Germi, con la complicidad como guionistas de dos futuros grandes directores, Federico Fellini y Mario Monicelli, retrata en una película seca como la tierra agrietada, tensa como las miradas de hombres cejijuntos y desconfiados y desesperanzada pese a alguna concesión final.
También con escritura de Fellini y otro director menos personal pero igual de apreciable, Luigi Comencini, Germi enclavó en una Roma miserable de aires neorrealistas la peripecia de La città si difende. Más imbuida del noir estadounidense que en otras de las películas criminales del director, incluye al principio un fragmento de trabajo policial en línea con el procedural de Hollywood. Después del atraco, el relato toma tantas direcciones como personajes lo han cometido. Unas son más escuetas que otras, pero ninguna es insignificante: la antigua estrella de fútbol traicionado por su esposa; el adolescente aterrado que arroja a la fuente la maleta con parte del botín; el hombre que goza de la comprensión y ayuda de su mujer, pero es incapaz de superar su baja autoestima, y el dibujante sin futuro que mendiga trabajo en los restaurantes y es definido por una mujer burguesa como espiritual y amargo, infantil y desesperado.
Igual de desesperada es la crónica policiaca y melodramática de estos personajes perseguidos de un modo u otro por un destino tan adverso e implacable como el de las películas de Fritz Lang. Germi la trufa de momentos de gran fulgor pese a la tristeza que emana de ellos, como el plano desde el interior de un tranvía en el que la esposa e hija del tercer hombre contemplan la ciudad de la que parten con pesar, o el movimiento de cámara subjetivo cayendo hacia el suelo cuando un hombre se dispara un tiro en la cabeza.
Quim Casas