"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Recuerdo cuando debía de tener once o doce años y vi una de sus películas por primera vez. Unas figuras apasionadas se agitaban en la pantalla del televisor del salón de casa. Un grupo de mujeres formaban una extraña familia. Ese universo me hablaba y me resonaba, aunque, a esa edad, aún no lo entendía del todo. Todo sobre mi madre fue mi primer choque cinematográfico. A partir de ahí, crecí con sus películas, que devoré.
Su cine siempre ha sido subversivo incluso cuando ha podido ser convencional. Porque sus películas no son objetos para contemplar, sino lugares para habitar. Son mundos, sus filmes, abiertos y generosos. Nos acogen y nos enseñan que el deseo siempre es creación, y ante todo creación de uno mismo. Nos invitan a repensarnos, nos empujan a reinventarnos. Nos enseñan a imaginar otras relaciones posibles, otras formas de familia. Nos dicen que todas las vidas pueden ser posibles.
Dentro de sus películas, en tierna edad, me sentí por primera vez en un espacio que no me juzgaba.
Pedro Almodóvar representa mi primer acercamiento al cine. Su universo ha sido durante mucho tiempo un refugio, un consuelo, como para las protagonistas de Jane Schoenbrun en su serie de televisión favorita. Sin embargo, a diferencia de ellas, mi pasión por el cine de Almodóvar no se tradujo en una pesadilla lynchiana, sino en un deseo constante de descubrir nuevas cosas. Sus películas me enseñaron a amar el cine.
Hoy Pedro Almodóvar recibe el Premio Donostia, y no podría haber mejor ocasión para darle las gracias.
Matteo Giampetruzzi