"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Si algo llama la atención de los visitantes e invitados internacionales que llegan a San Sebastián con motivo del Zinemaldia, es la incondicional afición de los espectadores y cómo la ciudad al completo se vuelca con el Festival. Así lo ha valorado el director tailandés Sivaroj Kongsakul (Bangkok,1980), que se muestra gratamente sorprendido con la abrumadora asistencia en las salas.
Sivaroj Kongsakul comenzó su carrera como ayudante de dirección de Pen-ek Ratanaruang, Wisit Sasanatieng y Aditya Assarat en muchos de sus cortometrajes, anuncios para la televisión y vídeos musicales. En 2006 dirigió su primer cortometraje, Always, y un año después el cortometraje titulado Silencio. No fue hasta 2011 que decidió lanzarse a por el largometraje y debutó con mucho éxito con Tee rak / Eternity, que se alzó con el Tiger Award en el Festival de Rotterdam, entre otros galardones. En 2015 dirigió un segmento del film colectivo Zai jian, zai ye bu jian / Distance y ahora presenta en San Sebastián, en la sección New Directors, su segundo largometraje: Regretfully at Dawn.
Kongsakul tiene claro que toda su experiencia profesional le ha enseñado que, en el mundo del cine, “lo más importante es sentir la pasión o el amor por hacer películas”. En Regretfully at Dawn, ha volcado todo ese amor para contarnos la historia de Yong, un anciano que vive en una provincia cercana a Bangkok, y que parece llevar una vida típica y rutinaria pese a tener una reminiscencia de su paso por el ejército tailandés, donde perdió el dedo índice de la mano derecha. Su día a día lo comparte con su sobrina, una niña extremadamente inteligente que fue abandonada por sus padres. Ambos tienen una vida muy apacible y fantasean con construir con sus propias manos una casita en el árbol, mientras la vida avanza y tienen que hacer frente al paso del tiempo y a la presencia constante de la muerte.
Esta entrañable película no sería tal si no tuviese un protagonista más: Rambo. Y Rambo no es un actor cualquiera, se trata de un perro ridgeback negro que vive con ellos y cuyos ojos tienen la peculiaridad de poder ver los misterios del mundo después de la muerte. Y es este perro, de nombre real Olieng, el que da a la película la ternura y profundidad que buscaba el cineasta. Olieng, además, es uno de los perros con mayor filmografía de entre los canes tailandeses, y esa extensa carrera profesional queda más que demostrada magistralmente en la pantalla.
No es la única estrella del reparto. Surachai Juntimatorn, el actor que encarna al anciano, es un veterano artista de rock que también se atreve con la interpretación, y con cuya presencia se hace por completo con el film.
Una preciosa historia sobre el balance que llega a todos al final de la vida, los sueños y miedos, los recuerdos y los arrepentimientos, y la tan anhelada certeza de haberlo hecho todo lo mejor que se pudo.
Iratxe Martínez