"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
En un festival de cine no es nada común pasar ‘tardes de soledad’. Vivimos sumergidos en el caos. Sin embargo, las imágenes tienen el poder de transportarnos a otras partes, fuera de nosotros mismos, de suspender el tiempo, crear otro tiempo, y no es imposible sentirse solos e indefensos frente a ellas, incluso estando en salas grandes como el Kursaal o el Victoria Eugenia, con sus asombrosas pantallas, participando en la experiencia colectiva más hermosa que exista. Hay que estar abierto a dejarse interpelar por las imágenes, entablar con ellas un diálogo no banal, quizás controvertido y hasta lleno de conflicto. Una película es a menudo un territorio abierto a ser significado porque de por sí oculta su verdad.
El relato épico y trágico –en el sentido griego– que construye la película de Albert Serra me perturba y me deja desorientado. Al salir de la sala no sé qué pensar. Porque Tardes de soledad es un film que no se deja mirar, que repele y aliena, que te deja, efectivamente, solo e indefenso frente a sus imágenes terroríficas. Es un dispositivo lúcidamente cruel, que retrata – durante dos horas y cinco– el afán de dominación y la implacable violencia del ser humano sobre el animal. (Aunque, al fin y al cabo, al margen de su performatividad ritual y su insufrible ostentación de virilidad, ¿no es el propio torero protagonista un animal, hecho de carne, sangre y sudor, con la saliva que cae de su boca abierta, vulnerable y expuesto a la muerte?)
No creo que se pueda decir que me haya gustado la película de Serra. Sin duda se trata de una obra cinematográficamente impresionante y magnífica, que encuentra su valor en el proceso de distanciamiento y desidentificación que –me parece a mí– permite generar en el espectador.
Matteo Giampetruzzi